lunes, 29 de noviembre de 2010

Una academia (14)

Estaba él en esa hospitalidad natural que otros seres impensables, antiguos y olvidados han provisto de la manera sencilla con que obra la simple supervivencia. Otra gente del pasado creó los caminos que ignora Brell en su desafío y que holla Silvia Jara un día y otro día inconscientemente: fue un arte de la naturaleza erigido poco a poco que adecentaba la montaña de sendas y frutos comestibles: la vid, el almendro, el olivo... Así que todo ese avatar pequeño de la andanza de Brell está sembrado de las líneas y antojos de lo precedente, de la hilatura cabal de otra época. ¿Y Jara...? Ella estaba en el tiempo del paisaje de siempre, sin forzamientos, un dibujo virginal, con la exactitud de la piedra o la hoja de árbol, de la gota de agua o de la forma de la nube. Un dibujo sin censuras ni cortapisas, ni nada de fuera que pudiera contrariarlo.
La imaginaba a ella. Pero la cobraba del ensueño, como si ella tuviese una existencia más allá de la realidad evidente. No la veía mirándola, pero la imaginaba mejor de esa manera. La recreaba con cautela, atemorizado por alguna excesiva sutileza, sin perder de vista la tierra: nace ante él una naturaleza desprovista de parábolas, sólo de símbolos llanos y domésticos.
(Habitan entre las orillas del remedo, a trancas y barrancas de un extremo a otro de la pintura amarilla y el cielo azul y la tierra roja, unas figuras que en el soñar de Brell recorren el lugar donde los colores pueden conversar entre ellos.)
Todo el paisaje está libre de metáforas. No brota una poética crucial entre el alba de plata y el rojo crepúsculo en el cuadro inmenso que divisa Brell: las líneas y los volúmenes, el color y la forma, son convenciones elementales de un reto mayor. Un medio propio de conocimiento de proporciones inauditas para él hasta ese momento, una alarma constante.
La visión evoluciona lentamente, se modifica mediante aportes de nueva significación. La obra entera de la naturaleza va despojándose frente a Brell de todo aquello que no es esencial, y la reducción bajo el fuerte sol del mediodía o en la vaguedad del ocaso violeta y gris conforma una síntesis de expresión jamás contemplada antes, ni siquiera en las imágenes del sueño fragmentario y elíptico.
Panoramas y arboledas, trigales y girasoles, laderas y cielos, no son sino la escritura de una plástica que yacía tras el exceso y la perfección. Y ahora Brell se introduce en el espejo. Detrás de la naturaleza, siendo real y estando la apariencia de siempre, existe la tinta simpática del estilo del hombre que construye la doblez de lo que mira y de lo que siente, de lo que expresa.
"Como recién salido del cuadro", piensa entre las cosas verdaderas después de su viaje de ida y vuelta. Se ha plantado en lo terrenal, forma parte del mismo convoy de luz. Pero es otro. Puesto que mira con ojos nuevos se gesta sin esfuerzo la nueva expresión en la retina. Tan natural ha de ser lo que ve, como todo lo silvestre de la tierra.
El aire aplacado en un ocaso de julio que hace hervir de niebla y de rojo la jornada: pasa las horas bajo el sol.
Ha estado todo el día esperando, lee, no lee, hasta que...
Diariamente, con inexplicable diligencia, sube a la montaña. Acude todas las tardes a su cita. Sólo espera. No hace nada por evitar una simulación que él mismo desea que perdure: está a gusto en esa zona indefinible sin propósitos, sin objeto ninguno. Sin intercambiar, de momento, mentiras o disimulos fastidiosos. Siete días que persevera en esa paciente misión. Pasarán dos días más. Otro más... Luego, será el cuento de nunca acabar.
Un día Brell observa un dibujo con ceras de color que Silvia Jara…. ¡tiene que haber dejado a su alcance!: una secuencia montañosa bajo la amenaza de una próxima tormenta, pues eso barruntan unos cielos en torbellino, borrascosos, azules y violáceos. Todo en el papel es verdadero. ¿Cómo desmentirlo? Está el soporte de mala calidad, los colores intensos, la inocente construcción de la imagen, la referencia ideal de la representación. ¿Quiere ella que emita un juicio? ¿Para qué si no...? La hoja estaba doblada hacia adentro, ocultando el dibujo, depositada sobre la tierra con sumo cuidado, y una piedra pequeña y plana, pulida y roja, la oprimía contra la hierba para evitar que se la llevara el viento.
Brell no aparta la vista de la hoja de papel. "Esta es una manera de hablar", piensa. Sabe que desde algún punto escondido, no muy lejos de allí, unos ojos divertidos le miran a él mirar el dibujo.

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