sábado, 20 de noviembre de 2010

Una academia (12)

El primer día que sugirió la cita ella, naturalmente, no se dejó ver. Brell llegó arriba con el crepúsculo, con el cielo rojo, rosa, azul y blanco, sintiendo el aire fresco en el rostro. Miró a su alrededor, aunque no la buscaba a ella ni a ningún ser humano. Un perro pequeño, blanco y canela, lanudo y de aire triste le miraba esquinado y cauteloso. Las cabras, que a él siempre se le antojaban de una fragilidad misteriosa y algo desmañadas, mordisqueaban, ya con desgana, del pasto ralo de las laderas en sombras grises. A ella no se la sentía por ningún lado. Sin embargo, Brell comprendió que era objeto de asechanza: Le doy miedo..." Al cabo de diez minutos huyó del lugar con timidez. [También él, con miedo... De eso se trata, ni vernos…] Dos días más tarde, a la misma hora, lo intentó de nuevo. Ella, con el mismo sigilo que la primera vez, permaneció sin dar señales de vida. "Está por aquí, muy cerca, sumida en algún agujero de la tierra, oculta por el arbusto y la yerba... Pero ¿adónde...? Ni quiero verla… Sólo sentirla agazapada en el verdor .
[Raros encuentros. "B., que se precipita con los ojos cerrados en la dicha o en la desgracia...": escribiría T.B. en un margen de la hoja sucia, rota… (Años más tarde la ceguera criminal sería la de ella, y no como la de aquél, inocente, casi...]
No verla. Pacta de esa forma el recíproco conocimiento. Brell entendía lo falso y lo poco sensato de ese proceder pero también adivinaba el especial atractivo que deparaba la circunstancia. Proponía en voz alta que ella siguiera escondida entre matorrales o detrás de alguna roca cercana: no hacía falta verse, si ella lo quería así. "Bastará con hablar", dice hablando a la nada. No obtiene contestación de ninguna clase. El monte va silenciándose poco a poco mientras se cierne la noche. Callado y aburrido, después de un rato se marcha.
Y, al otro día, lo mismo. Habla al aire, pero...
Brell pensaba que aquello tenía cierta gracia. Le costaba creer que a ella no le acuciara también la curiosidad. Sostener ese diálogo sin rostros tiene sus ventajas: uno se miente menos a sí mismo, hace más verdadero al otro... Se miden las palabras, no anda a locas el pensamiento.
Sería como si estuvieran en cuartos contiguos y hablasen a través de la pared. Cada uno a lo suyo, sin melindres, una relación sosegada, de intuiciones y presentimientos, sin el fiasco de la realidad del otro, de la imagen siempre engañosa.
Sondea B. en la nada, añade alguna cosa entre dientes. Quiere oír milagros. Espera. Ni una palabra. Se va.
"Si el padre y los hermanos te sorprenden" (calcula más que reflexiona), "mira, alguna mala acción, un desvarío... Date maña en bajar de donde subiste, o te das por muerto [y en paz]", le advierte Panes. Echa un vistazo al cuerpo de Brell, escueto, de poca estatura, no gran cosa: "Aunque bien pensado", añade con una sonrisa despectiva, "ella misma te pondría hecho unos zorros en cuestión de poco tiempo."
Todavía no la ha visto, y no tiene ni buena ni mala intención porque todo esto es un puro entretenimiento. Lo único que le importa de veras es la afición de ella a pintar, y la mayor o menor habilidad que tiene para hacerlo.
"Te presentas en la masía. Vas de mi parte... Ya te lo dije."
"No es eso, no es cuestión de conformarse con respuestas simples. [?]"
Panes no entiende a qué clase de respuestas se refiere Brell. Empieza a estar harto de Brell, harto de todo.
"Qué ganas de complicarlo", masculla desconcertado.
Le hace ver que los Jara han sido gente de alegrías y de penas como todo el mundo, con el mismo trabajo y tras la misma ganancia. Si parecen otra cosa es porque vivir en el monte, siempre en silencio, sin casas junto a la de ellos, ni vecinos, ni zarandajas de bar y de plaza, les adosa una hosquedad, un aire de aspereza que engaña la realidad.
"Salvo una fiereza de animales acosados que tienen cuando hay que tener, y buena prueba han dado de eso tanto los padres como los hijos, son gente hasta mansa, y sobre todo buena, sólo de lo suyo."
Qué se creía este escribemierdas...: todo es, en cualquier sitio, de dramática o feliz banalidad. Principio de carpintero: no hay que pasar de la medida en nada.

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