lunes, 1 de noviembre de 2010

Encuentros (2)

Se ha llenado la librería de gente, pero el tono general del habla es de susurro educado, un murmullo hasta elegante y respetuoso con una poetisa que cuenta con un Pulitzer también en el bolso de los pecados.
Ray inicia el acto con una somera introducción. Perpetra una burla consentida por las más protocolarias reglas sociales. “¿Qué puedo decir de Anne Sexton?”, se pregunta el muy taimado en voz alta dirigiéndose a los congregados. Y se calla lo que mejor sabe, oculta un hermanamiento raro, esencial, una connivencia sagrada con la futura suicida que procede de una adivinación casi prodigiosa de sus hechuras y desmesuras, disuelve su intervención en unas palabras de compromiso y graciosas convenciones.
¿Qué puedes decir?
Lo puedes decir todo. Eres el hombre. Y estabas allí. Y resulta que no dices nada, librero cobarde. Sólo palabras a medias para engreídos en una velada poética.
Abruma la andanada de versos rotos, tan reconocibles que se transforman en universales, y cuanto más se alejan de su dueña por la complicidad que consiguen más te sientes la diana de su flecha, versos blancos como aves negras que sólo sobrevuelan la angustia y tristeza propias.
Con la mirada puesta en E., insistentemente puesta en E., esta sobreviviente de las pastillas y el alcohol, de las más letales depresiones, ahí sigue aún, aferrada a su terapia, sostenida por ese pequeño puñado de hojas a las que se agarra como un náufrago a su madero.
Sobrevivirá unos pocos años más, superviviente siempre en la cuerda floja, vacilante y frágil. Ventrilocua de sí misma, arrastra su muñeca tras los amaneceres desolados. Pero, también un día, se acabó… al final del sucio callejón de Nerval te aguarda el monóxido de carbono, marioneta sin hilos.
Vive o muere.

Somebody who should have been born
is gone.
Yes, woman, such logic will lead
to loos without death. Or say what you meant,
you coward...this baby that I bleed.


La voz, firme, aterciopelada, ronca a veces, envuelve a los asistentes que de pie, rodeados de libros, escuchan la ristra de un vademécum de soluciones personal, intransferible y, sobre todo, aterradoramente humano.

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