A Oriente el cielo de la noche era prodigiosamente bello, iluminado por resplandores silenciosos de oro y fuego.
Una joven de cabello largo, bella y pálida, se sentaba todas las mañanas en el pequeño jardín bajo la sombra fresca de un manzano y leía un libro de Virgilio mientras las bombas caían sobre la ciudad lejana, al otro lado de las montañas.
Yo la espiaba muchas veces desde la ventana de mi habitación, aquella primavera invitado en la casa del poeta muerto.
martes, 8 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario