sábado, 5 de junio de 2010

Ensayos para un estilo (6)

(…) El es el tipo que oculta en la apariencia mesurada un ogro que suele rebuscar en la más inconfesable de sus dimensiones la lujuria secreta, la obscenidad total y catártica. Un tipo bien vestido (pero informal, ese estudiado desaliño del adinerado, ropa de exquisita textura en su desenvoltura, cara), pulcro, atractivo sin duda, aseado, y en la limpieza matinal de la mañana, en la hora inofensiva, todo parece girar en torno a la esencial pregunta de mientes para adentro: ¿cómo fue aquel tiempo, sus ordalías, los tiempos de M.D.? (...) envueltos los dos en una atmósfera de aturdimiento, humillación recíproca e irresponsabilidad que hoy cuesta entender, habitantes anónimos y de paso furtivo en la sombría buhardilla que daba a un patio de luces estrecho y maloliente, trémulos tirados sobre un camastro sucísimo, quejumbroso y comunal, una polvera colectiva de horario concertado entre otros empobrecidos como ellos dos… ¿Sabes que desaparecen las clases magistrales? Ridículo parlanchín pariendo imperturbable con expresión fingida sutilezas semánticas, anacolutos improvisados con voz hueca. Alentemos la investigación del propio alumno, el debate, el trabajo alumnario en equipo, que sean ellos los ridículos, bueno, eso es algo que los profesores de Bellas Artes hace tiempo que auspician y por lo que se dejarían la piel, en el fondo prácticos con débiles teorías, pero ¿y él?, ¿qué será de sus alumnos dóciles e iletrados sin los apuntes, la cháchara profesoral, inútil y olvidable que les endosa escéptico y sin ninguna aprensión? Cambian las denominaciones, los planes de estudio, y las licenciaturas universitarias no serán sino un mero diploma sin el menor interés, una prolongación del instituto masificado, habrá que financiarse cursos de postgrado en las oficinas bancarias depredadoras y recelosas, condenados a caros másters inventados con celeridad de converso reciente que supondrán nuevos filtros universitarios, nuevos pagos, ataduras prorrogantes, ahora que todo el mundo inunda por doquier los campus, hasta el hijo de mi mayordomo, la hija de mi palafrenero, compliquemos un poco más las cosas, la facilidad siempre es enemiga de la calidad aristocrática, chocante democracia abusiva de la enseñanza, ¿no están las becas?, fíate de tu gobierno que cuida por tus ancestros, por ti mismo, esa pandilla adinerada de politiqueros profesionaleste proporcionará el pago de la entrada al espectáculo de la dorada juventud rubia de soles y cervezas, de selectivas maestrías. M.D se rasca delicada y suavemente con un dedo (el corazón) la mejilla izquierda, le mira sonriente, y a él hasta se le ocurre que coqueta, malévola, como si aún dispusiera del cuerpo grácil, fresco y escurridizo, muslos túrgidos que invitan a la lamida, al mordisco labial, al ariete enhiesto hasta lo más oscuro de su cálido agujero, ha colocado las gafas de sol por encima de le frente, sujetas sobre el cabello revuelto, bien lavado y perfumado de suave acondicionador, una cuarentona desquiciada por la edad, el reverso de lo que fue apoderándose de ella, la carne gastada, la piel mancillada por el color y el estigma menudo del tiempo en forma de pecas y máculas, pero también prisionera de las frivolidades de la enseñanza académica y los tejemanejes universitarios que obnubilan su bienestar y la enrabietan más de la cuenta, bien cebada y siempre ahíta, con la casa de las afueras llena de muebles de Ikea y libros de Taschen, algún cachivache de teca y cristal biselado importado de Java, ella es una obra gráfica, se descubre pensando mientras le devuelve la sonrisa silenciosa, adentra con la mirada en sus ojos lacustres aunque un poco muertos ya de tedio y las odiosas premoniciones de la enfermedad acechante, un derrotero minimal entre objetos, personas, intereses zafios e incomprensibles al cabo de los años, que desemboca las más de las veces en un interrogante plano frente el día que se vive, esa luz omnipotente de la jornada entre alumnos, delicatesen y capuchinos en el inevitable starbuck de la esquina, diluyéndose a pesar del libro en el sobaco hasta ser tragada por la noche cansina e inesperada, pero hay que seguir, hay que luchar, poder más que ellos, los enemigos de siempre, aunque no se sepa muy bien por qué ni para qué: lo que no entiendo no me sirve, los que no me entienden están contra mí, sé lista ya que no inteligente, selecciona aquello que allana tu camino (tus dotes histriónicas, tus fingidos desmayos de doncella, la promesa del cuerpo aún deseable para tipos hastiados de sus parejas o los trastos domésticos de sus esposas) entre semejantes, inferiores y sacrificados espíritus superiores, el decano, por ejemplo, algún vicerrector, el mismo rector, hasta el mismísim@ ministr@ de educación, ya que en éstas estamos, sirves para eso, y tales enredos te salvaguardan de cualquier podredumbre… ¡a estas alturas, perfumes y dietas contra el cuerpo cuarentón!, se descubre de pronto censurando Brell, el Profesor. A lo que puede uno llegar. Es una acuarela que el paso de los años terribles ha diluido en una amarillez invasora por todo el mapa de la piel estragada por mil potingues, una languidez interior sólo sacudida por un carácter rabioso, adivina su cuello escondido bajo el accesorio de un pañuelo rojo, la epidermis arrugada, marcada de pliegues… Ella, también testigo de él, ya no cómplice, ni amante, ni amiga…, testigo nada más en la venganza y el fiasco del tiempo, compinche. La tiene a su espalda, alejándose cada uno por su camino, una a la gruta y los laberintos de muros y pintarrajos de adentro, a la espesura que ha acabado por estafar a los dos, el otro vacilante aún, a dos pasos del exterior, a punto de que la luz de afuera, brutal, de una primavera sin reservas ni melindres, lo exponga desnudo, lo delate en la claridad del aire más huérfano todavía por la crueldad del recuerdo y las fisuras de un pasado latente. Pero ya afuera el sol le obliga a entornar los ojos, se detiene un instante frente a los escalones que descienden a una de las minúsculas aceras del campus que serpentean entre las zonas más holgadas del césped, cruzadas por varios grupos de desaseados con bastidores y lienzos en las manos de aquí para allá, ajenos a él, que está confuso, como si temiera caer, como penetrando en la marea descarnada y explícita de un sueño, en su crueldad acogedora e inquietante, donde la angustia abraza como el agua, quizá inofensiva sangre, los ritos más temidos de la sangre, templada la sangre en las sienes que palpitan, una pasión, dudando si seguir adelante. O no. Estar ya en las ruinas de ese mundo que atrás de él cae en pedazos entre un polvo de óxido, antiguos hierros y piedras de ruina. Afuera teme tambalearse, pero erguido, apuesto, farsante, con la seguridad del estafador experto, camina, conduce sus pasos con mesura, hacia ella, a la que descubre sentada en la terraza bella, seductora e irrenunciable bajo el sol nuevo de todas las promesas.

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