martes, 1 de junio de 2010

Ensayos para un estilo (5)

(…) adiestrar a cualquiera de esos pequeños diosecillos juveniles que transitan distintos y tan iguales a todas horas por el campus, hoy límpido y claro, de una sensualidad que parece flotar en tal medida que la mata a esta mujer que espera y la hace entretenerse en imaginaciones, observa sin disimulo la riada de alumnos que se desperdigan en todas direcciones entre las luminosas fachadas de las diversas facultades que bordean el paseo central, que los engulle o los vomita en cantidades curiosamente análogas, y todos ellos son sus referentes, el alimento que defeca su trabajo bien pagado, sus andares y gestos y frases modélicos, sus vestires, sus miedos y sus sueños, sus amores y sus perezas, su sexo a medio hacer, sus contadas monedas, sus borracheras del finde, y algunas secretas trapisondas de los más iniciados, algunos escondites morbosos del espíritu de los atormentados, pero su frivolidad general, sus desapegos, su juvenil indecencia, su descaro todopoderoso y desquiciado proveniente del chocolate o la maría, todo ello el repertorio casi infinito del que cuajan sus personajes de guionista especializada en adolescentes o jovencitos todavía enrabietados por el acné y otros asquerosos granos. ¿Qué sería de ella sin ellos? Atrapa sus miradas, sus locuciones antojadizas, la jerga y los palabros de moda, los giros idiomáticos tribales, sus ansias actuales y su confusión todavía infantil a pesar de sus edades veinteañeras, su total aturdimiento disimulado por el gesto brusco y el silencio hosco. Pero la guionista vive de ellos, de ellos brota la pasta que engrasa su mundo de regalías. Esos la visten y protegen su bienestar. Palabra de consejero delegado que bien le recordaron en la primera entrevista: “¿Piensas realmente que son tus folios los que te dan de comer?... ¡Por favor! Es la publicidad la que nos mete el dinero en el bolsillo. Es eso lo que vendemos, los programas es la excusa, y no la más inteligente u oculta. Toda esa chusma aburrida frente el televisor es la que nos mantiene: se aletargan unos de día y otros de noche, cada uno con su horario, su ocio, su edad o su dinero conforma el target comercial a batir, la diana entre ceja y ceja donde meter la bala del dispendio entre el cosmético o la marranada de yogures, consume lo que le pones debajo de las narices y de tanto en tanto entre anuncio y anuncio asisten a esa fétida trama de culebrón que también paren tus folios y tu desvergüenza. Lo que no saben es que la prioridad, lo televisivo, ya es sólo la oferta publicitaria.” ¿Entendió bien la escritora su función? ¿Ha comprendido que el héroe o la heroína ficcionales son los perfiles que persiguen los anunciantes? Y tanto, a ella toda esa martingala le venía como un guante. Distinguió a la primera la endiablada y sutil diferencia que distinguía un share de un target. Y en ese momento que lo piensa le parece tener frente a su cara, a escasos centímetros de su piel, ahogando la sensación de plenitud vital que experimenta, el rechoncho coordinador de la serie, un armario homosexual con pies aún no declarado el sabrá por qué (sólo debe temerse a sí mismo entonces), quien logra al cabo de disputadas sesiones dotar de sentido unos parches narrativos elucubrados por separado, la infame retahíla de anzuelos: quien se encarga de las madres, quien de los padres, quien de los trabajos y profesiones, el especialista en tramas y enredos, el inventor de situaciones, el que sugiere la historia aún deslavazada, quien de los hermanos, quien de las parejas y amantes, quien de los lugares de secuencia, los campos y escenas, quien de los diálogos de ellos y quien de los diálogos de ellas y después de todo esto, los anunciantes que sostienen semana a semana las filmaciones y deshacen tramas, imponen bebidas, porquerías biodegradables o alimentos sintéticos, dictan usos de vestir, zapatillas, botas y botos, ordenan modelos de automóviles, deciden centros comerciales, discotecas de moda y hasta mandan muertes y calculan edades, prodigiosas resurrecciones, inesperados regresos de protagonistas de vuelta de algún otro contrato. Pero ella, sólo ella, diseña adolescentes, nacen de un croquis mental, los boceta y define al final una perfidia camuflada de entretenimiento, es una diosa, mejor todavía: es dios, por ella viven, se sostienen acartonados pero ahí están su desquicio y sus conductas explosivas, su inventiva les ha inflado el aliento, es dueña de su carne y su espíritu, los crea y los acopla al conjunto de los demás personajes y los lances de sus humanos derroteros, los hace hablar, pues nunca piensan, ella creadora…, pero los viste de acuerdo los mandatos de quien financia, teledirige la música que escuchan idiotizados conforme unos parámetros siempre intercambiables, pues nada hay tan voltario como la decena de temas en candelero que seleccionan las discográficas, los lleva a locales de una modernidad preceptuada, los conduce donde el dinero obliga, los acuesta con unos o con otros, los enfrenta o los enamora, de ella son víctimas o victimarios, los hace estudiantes o incestuosos, atrevidos, delicuentes, mojigatos, hijos de papá o carne de cañón, putas niñas, chaperos codiciosos, bastardos o aplicados o simplemente jóvenes, su gracia especial. “Estás metiendo marcianos en la serie. Hazlos raritos. Con eso basta”, le espeta el miedoso bujarrón sobrado de alcohol y grasas, siempre pendiente del cóctel peliculero más audaz aunque no transgresor realmente (con crudeza), sólo eficaz para escandalizar a horas convenientes a los honrados padres de familia, a ellas derrotadas por el cansancio del día y escondidas en sus batas con olor a cocina y a ellos desparramados en el sofá nocturno, con los restos de la cena de bandeja delante, las arrugadas servilletas de papel, mutilaciones y restos diversos de pollo rebozado o costillas grasientas en el fondo de los platillos sobre la mesa baja sin recoger, el cristal pringoso de los vasos, una ristra millonaria de cabezas de familia en pantuflas que de nuevo empiezan a necesitar una ducha y un buen afeitado, que ocultan como pueden (…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario