martes, 25 de mayo de 2010

Ensayos para un estilo (1)

"Estudia una sola brizna de hierba" (542). Verdaderamente, es suficiente con eso.
[“Me atraía ese cuadro... Novelas parisienses, pintado en 1887, antes de que... Pero resulta imposible averiguar los títulos de esa veintena de libros... Ese vaso sencillo a medias lleno de agua, con el tallo y la flor ajada de color tan desmayado, ya sugiere la liviandad inevitable de esa literatura de pasatiempo, su carácter sentimental...", le dije a T.B., un día en París. (Not., 4/03.)]
El, V.v.G., que ha visto esos campos de color furioso, todavía cree en las estampas de Millet. Y están todas esas gentes, la ruda labor, el sucio cansancio a que obliga la tierra... Hará una historia de todo ello.
Estaban los días de cielo limpio y azul, las blancas paredes de cal, los montes verdes, la época del bosque, el secreto del solitario Virgilio. Más tarde, me tiende [alguien] la cuartilla: es una escritura cursiva, de trazo menudo aunque firme, una tachadura o dos... Es hoy hoja muy amarilla. (Pues existía Montes, también lo de después...)
[Creo que el catalán hablaba de Ensor, en algún artículo de los años veinte: ¡Que sea el bárbaro más bárbaro! Inmediatamente pensé en Vincent van Gogh. (Oh, más que irritación o desprecio, sólo eran ocurrencias orsianas, fácil enojo de quien se ve desmentido una y otra vez, este hombre de estilo barroquizante que aspira a la sola claridad... ¡que celebra sin cortapisas la vidriera libre del símbolo, luz y color tan sólo! Contradictorias maneras de pensar que recobran la mejor esencia del polemista encubierto: oculto en algún pliegue de su estética halla que le fascina el desorden... Añade la "d" intrusa.) Y allí estaba ese libro. Ahora en manos de...]
Y de otra forma, ¿pues no resulta cosa de la imaginación más alocada el pensar que existen escritores de fama universal por estos lares temerosos del equívoco, y aun otros que son de oro y se olvidan de libros antiguos en desvanes polvorientos?
Beyle me ha entregado un libro de prodigio artesano en octavo, adornado de conteras y piel de cordero gofrada y teñida de rojo y tejuelo dorado, con numerosas láminas de grabados en madera de boj y grueso papel verjurado: "Las bucólicas".
Tuve que esforzarme para que soltara la lengua y, así, hallar la causa que explicara el origen de aquel oculto tesoro entre capas de polvo, los aperos mohosos, los serones y arpilleras rotas, cordeles deshilachados y piezas agujereadas de alfarería mora, cestos con simientes podridas y sillas desvencijadas y cojas de todas sus patas, telarañas, lebrillos desportillados y trampas inservibles para cazar ratones, la triste albarda vencida en el rincón, el aguamanil sucio y roto.

"De oro", decía Beyle. Me deja atónito. "Un escritor de oro", repite.
(...) Rosa Beyle abandona Montes. Como muchos otros, tampoco regresará jamás. El atildado escritor dannunciano [sic], muy afamado, la toma a su servicio durante dos décadas...
[Hojas 278, 279, 284 (?)].
Pregunta, y la esperanza de hacerse con él le avergüenza íntimamente:
"¿Se llevó el libro?"
¡Vamos! ¿Quién iba a leer en esa casa vieja de gruesos muros de piedra antes de Beyle, cien años atrás de él...? ¿qué ojos secos por el aire y el sol iban a leer? En esa casa nadie ha leído. ¿No será leer cosa de enfermos? Es de necios andar entre novelas mientras sacas de la tierra tu comida. Trabajos hay en la vida menos raros que distraer así las horas. Lee el cielo, mira si esta tarde la lluvia regará lo sembrado o pudrirá la fruta en el árbol, mira si asoma la nube del Sur...
Prosigue Beyle ante la insistencia de B. (fruncidos los labios; ahora, finos, finísimos: Sodemark):
"El otro se llevó el libro. Estaba en el granero, perdido desde hacía años. Ese hombre, el amo (?) de mi hermana, lo olvidó antes de dejar el pueblo... Poco hizo aquí, nada... Acordó llevarse a la chiquilla con él: comida y diez duros al mes. Mi padre cerró el trato: Cierro el trato, y el hombre sonrió al oírle. Entre los dos, la niña, que era pequeña, flaca y negra, y estaba asustada."
Lejos del mar... No iría ni una sola vez al monte. Atild..., prodigaría sonrisas muy joviales a todo el mundo, este fino y dandy cortesano ("Fumaba puros, paseaba por la plaza y dialogaba con el cura.")
Añade Beyle: "Cuando se despidió de nosotros dejó dinero encima de la mesa. No había motivo para eso, y nadie pidió nada, pero..." [Monedas, no; un terso y crujiente billete... El primero que ven los Beyle.]
No estimaron un ardite el libro aquel, ¡pche!. Aunque, ciertamente, era un objeto bonito. "Parecía un libro de iglesia, dorado, rojo", dijo uno...
Nadie con juicio, medianamente listo, valora lo que no va a utilizar. El volumen desapareció bajo los trastos.
Beyle:
"El otro nos visitaba muy a menudo. Después de cenar acudía a razonar conmigo. Encontraría el libro, ¡a saber cómo...! Se lo llevó. ¿Quién de nosotros iba a quererlo, y para qué? Le dije: haz lo que quieras."
D'...: Luego de unos años de interesada celebración pública, del apogeo de su magisterio, el íntimo ostracismo sólo aliviado por la profunda ironía; R., después de treinta años, aún no vieja, a la muerte del maestro, forma una familia junto al mar, prospera. No vuelve a Montes. (Hoja 281.) [Lugar de donde uno es... ¡Bah!].
Recuerda el viejo, aún, las veladas junto al fuego... Y al ladrón de libros. (Era callado, joven y pobre... Allí se sepultó rodeado de viejos durante un tiempo. Mano sobre mano. Invisible como las horas.)
Brell trata de imaginar al otro, que arrambla tesoros a la chita callando, que malvive entre viejos, sin hacer nada...
No puede sentir nostalgia de lo que no ha vivido. Recrea una ficción de sentimientos. Estos que hablan del otro..., como Beyle y la mujer de los libros..., libros que simplemente eran páginas escritas de un borrador de retazos deslavazados, una obra inacabada. Por su mente pasan fugaces y desordenadas secuencias de un tiempo no demasiado lejano, cuando el otro, y una divertida ocurrencia distrae su imaginación de cuando en cuando: "Bien parece que ando por la senda trazada de otro, entre experiencias ya colmadas."
"Era [D'...] un hombre manso y cordial", continúa diciendo Beyle, mezclando recuerdos de antes con los de mucho antes. Nos escribió varias cartas. Hablaban de tierras y gentes."
[Ese puñado de cartas manuscritas, de letra menuda y cursiva: en poder de R. y D.G., al menos todavía, 7/99. Verano muy fresco en C., de lluvias frecuentes y mañanas gloriosas de sol y de luz, rojísimos atardeceres de fuego, más olorosa la tierra oscura y feraz entre los pinos que nunca. Sueño recurrente entre neblinas azules: un árbol solitario, alto y esbelto, ¿un cedro?, contra un resplandor blanco de zinc; una voz ("Tarda todo en llegar, seca muy lentamente...") como un rumor de hojas. Encuentro inesperado y feliz el 24 con V.J., de M., acompañado de su mujer y sus dos hijas gemelas, ya adolescentes, de largas melenas de un color rojo, caoba. Le entrego a su mujer, pálida, alta y delgada, muy hermosa, un manojo de orégano con la flor a la vista, blanca y violeta. Sonríe tímidamente sin bajar la vista azul (!?). V.J. ha publicado por fin su breve ensayo (?) sobre la corta y trágica estancia de W.B. en Portbou. Sigue de prof. t. en V. Le miento tranquilamente sobre mi trabajo actual. Una de las niñas lleva un libro de cuentos de Andersen en la mano. Se lo pido un momento y lo ojeo con una sonrisa espontánea. (Compruebo el tex. Sin censurar. En El Encendedor de yesca: "De un tajo el soldado cortó con su espada la cabeza de la bruja..." Ese Andersen recuerdo yo siempre, crudelísimo en el fondo: perfecto escondite para una imaginación infantil.)]
Ya [El, y Beyle, que hablan, y hablan... La velada pacífica...] adivina dónde están las cartas.
Escéptico, pregunta por su paradero.
"Pues... han desaparecido", responde titubeante el viejo Beyle.
(...) "Las Bucólicas". Todo esto parece muy ingenuo… y es real.
Pero D'... no era escritor de apariencias simuladas. Cultivaba el dandismo, una imagen de sólido señoritismo catalán no demasiado convencido de la vastedad de las patrias chicas. Con toda seguridad descreía de casi todo, y en especial de toda convención acrisolada como cierta por el aburrimiento y la desgana. ¿Cómo no iba a descreer del tópico y el lugar común? Pero, ¡"Las Bucólicas"! ¿Qué esperaría encontrar aquí? ¿O sería una caprichosa y afortunadísima casualidad? ¿Sería un simple entretenimiento? ¡Su posterior olvido...! Tan lejos él del estereotipo... "Alabanza de aldea y menosprecio de corte". Y no, es vano el elogio de aldea, y es idiota figurarse una arcadia feliz. Aquí se muere de asco, y existe quien enferma de un cáncer terrible y, postrado en la cama, se ahorca con el cable de la luz valiéndose del peso del propio cuerpo. Aquí, loco o no, inventa uno la arquitectura siniestra de un ceremonial suicida de bruto, y agarra la escopeta de dos cañones, y en el interior de un cobertizo de barro y de caña, en la solana del monte, alejado de las voces y los ruidos del pueblo, anuda el extremo de un hilo al gatillo y el otro extremo al pulgar del pie, inclina el cañón del arma directo al pecho y lo sujeta firmemente con las manos, y estira el hilo, y se revienta el torso y casi derriba el muro de adobe, y se mata sin remisión y probablemente sin causa.
La vida en la aldea no merece alabanza, ni tiene misterio, ni es un eterno consuelo de nada. ¿A quién le puede encantar? Acoge a quien huye, pero... ¿de qué? ¿y adónde le conduce? Acabar aquí requiere conocer la tierra, aceptar el sacrificio que exige la penuria. Nada hay que estorbe más la vida en este lugar que la ingenuidad, el entusiasmo que todo lo adultera y le precipita a uno en el fiasco. Puede haber paz o puede no haber paz en la naturaleza y su contemplación.
Aquí se ha muerto de hambre, y de fusilamiento, y de amargura, y se ha muerto a traición o por malvado interés de aldeano pobre y sin conciencia, y se ha muerto por amores contrariados y por deudas vergonzosas, o se ha muerto uno sin darse cuenta, de golpe y a la callada, aquí se ha matado uno por el dolor del cáncer o por la falta de un destino, o por rabia desesperada o se mata porque sí, y aquí se nace, y se vive, y se trabaja, y se ama y se odia, y se mata y se muere como en todas partes y como siempre ha sido y va a ser.

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