lunes, 10 de mayo de 2010

Poéticas - L.A.B. (21)


Muchos artistas plásticos, lejos de la expresión elusiva para glosar sus obras, no escatiman esfuerzos por ser escuetos y llanos a la hora de ponderar su trabajo. Muchos artistas, y los hay memorables entre ellos, abogan por una teoría del arte, tradicional en gran parte de los casos, que no desmienta su pronunciamiento técnico, que lo representado, lo visible del iceberg del arte que practican, se ajuste en la medida de lo posible (y el pintor que nos ocupa jamás intentó explicar lo inexplicable) al dictamen de su pensamiento creador. Defienden sin fisuras el arte de la transparencia, una dialéctica tajante que repele la ambivalencia en el binomio fondo/forma en tanto termina siendo el resultado final del acto creativo. Piensan que ninguna elucubración peregrina debe interponerse entre lo que piensan, lo que pintan y lo que ofrecen al espectador de su obra.
Se trata el suyo de un ideario sin collage, sin añadidos espurios, sin la mixtura lírica de la palabra improvisada o la (supuesta) hondura exegética proyectada a los iniciados, y mínimos son los elementos heterogéneos que puedan confundir una poética donde la teoría desnuda se ofrece tan reconocible como la misma pintura que embadurna el lienzo. Tampoco soslayan la declaración rotunda respecto a preferencias personales o reconocimientos explícitos. La opinión de estos artistas se sustenta de una reflexión anticipada, de ahí la meridiana claridad de su juicio al escribirlo sobre el papel. Y, como no podía ser menos, el significado del cuadro es un perfecto correlato de aquel pensamiento. Técnicamente se representa lo que se defiende intelectualmente: en el plano de lo estético y en lo conceptual. Los referentes de esta pintura descansan, tan sólo, en lo pintado y en la intención que no ocultan. Justifican la idea, que exponen sin recato, mediante lo formal que la concreta.

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