viernes, 29 de enero de 2010

Artistas (4)

La obra de L., plena de sentido formal y de componentes evolutivos de contrastada coherencia, me inspira un interés sin reservas. Se trata de una escultura de estudiada decantación cuyos volúmenes, innegables en su rotundidad, no son obstáculo para el logro de una forma en su mínima expresión. La gracia de la síntesis descubre un pensamiento de artista lúcido y de fecundas proyecciones, sereno y claro: propone la paradoja a la piedra, con sencillez artesana la convierte en femenina transparencia, una levedad engañosa que asienta en el aire secretas y mórbidas analogías.
La amistad de L., exige una cuidada vigilancia hacia los aspectos más desalentadores del carácter arbitrario y suspicaz que padece, al igual que el que revelan casi todos los artistas irremediablemente menores, que obliga a mantener con ellos una cautela sostenida y, a la larga, irritante. Unicamente esta actitud precavida propicia que perduren semejantes relaciones.
L. sufre una personalidad de irregulares modales y súbitas exaltaciones, un "debo ir hacia delante" que no excluye la rudeza ni el desaire más intempestivo (ese verdadero escultor que no desdeña el buril tradicional y blande con brazo poderoso el puntero y el martillo de punta, desbasta la piedra sin defender de las esquirlas ni los ojos, ajeno a la lasca que salta al rostro... Ofensor recalcitrante, pero ¿que quebranto o agravio duradero puede causar en la dignidad más aparente un sujeto tan obcecado...? Ah, su peculiar mala educación... ¡no impugna la elegancia y la refinada mesura de su estética!). L., de sabia o afortunada manera, se hurta con calculada indiferencia de las rarezas y mascaradas de un arte actual menos moderno de lo que se cree generalmente. Este tipo solitario se abastece de una imaginación obscena e intrincada. [En cuanto a mí, qué ha de ver ése entre la piedra más tosca y la forma sutil: un humor agrio que sobrelleva las variantes de un discurso crítico frente al arte siempre apremiado por la especulación y tenso por el abuso reiterado de un rigor inoportuno, poco mundano e inútil, lejos de la bonhomía cortesana, el halago, el gesto sabido, todo el aburrimiento medido, establecido, canónico...]
(...) Tampoco L. estaba a salvo del... "ruido exterior". No se miraba más que a sí mismo, a su obra... Y, sin embargo, tengo absoluta seguridad de la complacencia, mal disimulada a veces, que experimentan todos los artistas ante un juicio favorable y fácil, audible. ¿Sabrían ver su propia tarea? Verla desde el tiempo lejano, descifrar la antigua emoción... Sentirla de veras como una adivinación... Reconocerse en esas telas en verdad maravillosas, las pequeñas y sutiles esculturas, o la talla en la roca... esas obras necesarias... Descreo de todo artista que esconde la hostilidad hacia el trabajo creativo de otros. Se lo contaba a H. (risas) y éste me decía: "¿Cómo diablos van a exigir entonces la mayor benevolencia para su obra? ¡Que sean malvados! Y, si pueden, hasta malditos." Urdir una fama no es cuestión de unos meses: hay que destruir el talento y la inocencia adánica de la primera creación... Así el hombre y el arte se funden en lo perverso... el medro, el espectáculo, el drama, el tiempo, el dinero..."

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