martes, 26 de enero de 2010

Artistas (2)

Por entonces, y eso no era algo fácil de asimilar para una mente honesta como la suya, ni siquiera estaba seguro de ser merecedor del último de los refugios: tener en común con los demás el sufrimiento o la inquietud encerrada en lo más negro de su alma. A nadie participaba de su confusión. [No: T.B., D.G., R., acaso A.C., yo mismo, de algún modo, siempre existen los testigos. 1/99.] Estaba convencido de que era su propia angustia lo que le apartaba de todo ser humano, dejándole a solas con sus desolados padecimientos, cuando lo sensato, acababa pensando, hubiera sido aproximarse a cualquiera de ellos, aun al más miserable. Su actitud, pues, explicaba de sobra su trastorno.
Pero ¿en verdad sufría? La vida sólo tenía sentido en la turbamulta de su pensamiento, y había demasiadas cosas ahí. Tendría que hacer un hueco y que la luz sucia o brillante de afuera revelara los posos verdaderos. No, no era que sufría, temía sufrir, eso era todo. Todas las barreras que alzaba delante de él tenían esa finalidad obscena: librarle del mundo y los conceptos que hacían que uno sufriera. Había querido un mundo tan redondo y perfecto que no era probable en ninguna circunstancia y en ningún momento, por eso lo tenía encerrado bajo llave en su interior lleno de trastos y onerosas experiencias, de manera que el resultado era una paz vacía y un alma dolorosamente falta de expectativas, sin el menor recuerdo de los ideales forjados en los años de penuria. Ahora era un rico verdadero, sin monedas, sin nada a lo que aferrarse: era independiente. ¿Por qué le asediaban otra clase de males?
Su instinto debía protegerle. Le decía que se mantuviera alejado de unas cosas y que se acercara a otras. Por lo menos, eso. La apuesta era esa. ¿Pintar? ¿Escribir...?
[Sólo escribir unas páginas... Una sola... Una frase... Un solo verso labrado en la roca, celebrando a la tierra... Un gesto, una pincelada.]

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