jueves, 28 de enero de 2010

Conversaciones (2)

Brulard, Marisa Brulard, pues ensimismado como estaba me costó adivinar cuál de las dos, si ella o Elena, su hermana gemela, indicaba de lejos con un gesto divertido la copa vacía y absurda sobre el pedestal. Denegó con la cabeza al oírse llamar equivocadamente, sin dejar de sonreír, haciendo un gesto de censura con el dedo enhiesto. Pintar su carácter exige esas pequeñas observancias: ocurrente en la conversación, segura en todo instante de su compostura, magnánima en la nimiedad, cosmopolita y [acaso] cínica e imperturbable en el fondo, pero nunca entregada a lo más venerable.
Cogió la copa y se dio la vuelta con sencillez. Al cabo de unos segundos, regresó a mi lado con dos copas llenas de un líquido ambarino y límpido que ni siquiera el andar hacía oscilar tras el cristal.
Me tendió una de ellas con ademán sosegado, mirándome sin parpadear, con la soberbia natural de quien domina el espacio, la regla y el pasatiempo de una concurrencia multitudinaria, de quien, arrogante, sabe ver y se siente vista entre la fruslería y el encantamiento efímero. No dudo ni pizca de que se daba perfecta cuenta de la liviandad y callado regocijo que brinda mucho del acto artístico contemporáneo, de manera que su escepticismo ante un refrendo público que encumbra por igual lo despreciable y lo valioso debe ser constante, pues en el verdadero juego sólo interviene el artista, que ni protesta la lucidez ni abandona lo lúdico. Entretanto, el espectador asiste a su propia nostalgia de desterrado de la infancia paseándose por los jardines campestres de su invención donde impera la libertad, la mala hierba, el capricho fecundo, el juguete.
Incurriría yo en la... trivialidad. Allí estaba, podía ser uno más, escuetamente superficial.
M.B. reprochó mi error al confundirla. Lo hizo sin un enfado visible, pero con la energía de quien se sabe con el derecho de amonestar a las primeras de cambio.
Es cierto que sobra la malicia boba: en gemelos todo presunto parecido refuta una confusión a ultranza que provoca, no obstante, el histrionismo del falso burlado, atento tan sólo a la deliberada manifestación de un desconcierto calculado. Toda duplicidad produce un engaño pueril, casi a sabiendas, consciente, pero nos complace la ingenua sorpresa que sentimos al contemplar la magia, tal vez el arte, de una repetición natural que parece negar la realidad, socavarla mediante el disparate o la gracia inesperada. Posteriores evidencias desmienten el hecho (ninguna cosa es igual a otra cosa, el espectáculo es la interpretación, la reacción), por lo que se revela la endeblez sustancial e intrínseca de la dualidad.
Por lo demás: ¿a qué simular un chasco tan improcedente?
Mi ensimismamiento ("L. es serio y libre, pero no entretenido ni ingenioso: es su voluntad la que le hace artista conduciendo su talento..."), era el origen de confundirla con su hermana. No pretendía en modo alguno subrayar una incomprensible y estúpida broma de mal gusto de la naturaleza... ¡plagiaria!
Hice la observación en voz baja. Pronto le referí lo que pensaba de L. y la condescendiente actitud que éste soportaba frente la insolencia de aquel tipo [El susurro: una forma de seducción].
"Y ni siquiera es un comprador", dijo. (Ningún comprador habla realmente con los artistas.) "Lo va a fastidiar un buen rato."
(Oh, sí. Prestigian los críticos, los marchantes, los directores de los museos y los comisarios de las exposiciones oficiales, los honorables conservadores y la burocracia mercantil de las subastas. En el público sólo está el dinero y la paciencia, la credulidad.)
L. y… aquel asiduo impostor de galerías, un farsante que concluía engañando al mismo artista a través de un interés bastardo muy bien disimulado… o no. Su comedia de acaudalado coleccionista creaba situaciones grotescas. Fue un gran desmitificador. Su arte podría ser un happening pervertido y calculado de origen que satisfaciera su ansia de una creatividad fugaz y banal, aunque no inocente. Su carácter sencillo a la vez que elegante engañaba bien. El era la obra de arte, el soporte. Las palabras formaban parte de la comedia imprescindible. (H., un crítico sagaz que gusta del sarcasmo, diría que engañaba tan bien como un artista). Lo recuerdo provisto de un pulido bastón de empuñadura azul con pequeñas incrustaciones de marfil, ataviado de un traje oscuro impecable, con la camisa blanca de botonadura de irisado nácar. Contradecía los juicios estéticos merced a una esmerada cultura pertrechada de multitud de afirmaciones de artistas, contrapuestas entre sí, que anulaban todo el derecho de un arte ajeno al que ellos postulaban. Era, estoy seguro de ello, un hombre jovial que extremaba su afición hasta el mismo linde de la genialidad.
(Me gusta pensar que aquella actitud revelaba más la impertinencia de los otros que la locura de ejecutar una obra mediante la conducta del mero gesto, la sola mirada, una ironía, el adorno...)
M.B. escuchaba mis palabras con sorna.
"Tendremos, pues, que salvar a L.", dijo nada convencida. "La locura del mundo distrae las vocaciones."
Una frase estudiada. Leída en alguna parte. Me acojo a la [palabra ilegible]... Le respondí pausadamente:
"No lo creo. L., aun disgustado, se complace en pasear su rabieta en un mutismo impenetrable. Tiene pocas oportunidades de ... [palabras ilegibles]"
……………………………………………………………………….
"R., en Nueva York, está logrando meter la cabeza... Le ayuda mucho su antigua relación con F.V., el hombre de la capa. Pero aquello funciona a golpe de efecto, es un show perpetuo, y el artista fomenta la pertenencia al clan, al rebaño... Bien, fíjate en la obra gráfica de Z..."
"¿Todavía tenéis el W.?"
"¿El W.? Sí, claro. Hay un tipo... bueno, es J.P., el de Milán... Lo quiere. Pero… ¡vale millones! El dice: se acabó la paranoia... Por supuesto, es él quien compra. Ya lo vendería a buen precio si..."
"El análisis químico de los lienzos corrobora la boutade de los Diarios: mejoraba el acrílico con la orina de sus amigos. ¿Dónde está la grandeza ahí?"
"¿Qué grandeza? ... Oh, bien, ¿quién dijo que había de ser excelso, o grave...? ¡Y hasta semen...!"
"Sí, naturalmente. Es suficiente con ir adelante."
"Siempre pensé que era así. Me gusta recordar aquello de él... ¡Qué tipo! Esa tarde interminable en el estudio de.. ¿Cómo era?... El loft frente Union Square. Afuera, la ciudad gigantesca. Vista desde el 860, detrás de los gruesos y dobles cristales, silenciosa y crepuscular... Elena y yo estuvimos hace poco allí. Aún se veían carpetas en todas partes firmadas por él... Aunque, vete a saber... Te contaba eso de los Diarios. Aquella tarde que él no sabe que hacer, no puede trabajar... Dice que tiene ansiedad, teme que sus cuadros terminen estropeados por el frío... ¿Imaginas una cosa así? Y, entonces, llega Bastian, dopado, con los ojos en el infierno, coge dos lienzos enormes, de los más grandes del estudio, blancos y tentadores, apoyados contra el rectángulo de la pared, y se pone a embadurnarlos sin detenerse ni un instante, como poseído de una inspiración frenética, libérrima, con la misma espontaneidad con que ensuciaba de graffitis toda la ciudad de Nueva York..., el subway, las fachadas neoclásicas... Ese motivo plástico tan burdo... W., extasiado, le mira hacer. Luego, escribe en el diario: Esta tarde vino J.M.B. al estudio. Casi no podía andar, atiborrado de caballo hasta los ojos. ¡Un granuja irremediable! Estábamos solos. Pintó dos cuadros de gran tamaño, magníficos. Es un genio. En dos horas... ¡hizo dos obras maestras antes de la cena...!"
"¡Dos 3,5 X 4,25! ¿Qué te parece?"
"Eso es hacer las cosas a lo grande."
"Vi a W. un par de años antes de morir. Se pasó el tiempo que estuvo en Madrid haciendo fotografías a todo el mundo... Unas polaroids infames con una antigua Big Shot. Creo que hasta fue capaz de hacerme una a mí. Vino con la exposición ya vendida. Era como un pase de modelos, y todo el mundo allí, la televisión, los de las revistas ilustradas, los estudiantes de Bellas Artes... ¡Qué ocasión!"
"No sé... Al final venderemos... El W., no sé... Entonces, tú escribías para Transgresión, ¿no?"
"No estoy muy seguro de eso. Ahora, parece que todo el mundo escribía para Transgresión.
[Anot. pr.: Hice una pausa deliberada. Iba a soltarle lo de la venta, pero no debía decirle de ninguna manera que necesitaba el dinero. ¡Y necesitaba el dinero como nada en el mundo! ¡Al diablo con los viejos tiempos!].
"En otra ocasión W. habla del cuadro, fantástico, que pinta en media hora J.M., ¡a oscuras! Le admiran esas estupideces."
De golpe:
"Quiero vender el dibujo de B. ¿Puedes hacerlo con rapidez? Necesito el dinero... Por ejemplo (...) Luego de eso, quizás..."
"¿No fue un regalo? ¿Vas a vender un regalo?"
"¿Qué hay de malo en ello? Es dinero, él sabía que era un valor convertible..."
"No sé los noventa... Pero ahora.... Está todo como aletargado... Más adelante habría mucho dinero en eso... Bien, es una obra menor... El grabado, el pequeño formato tiene salida... Antes era otra cosa. Están las serigrafías... ¿B. se divorció, no? Tampoco pides demasiado... Es una pena..."
"Son relaciones... Todo cambia. Crees unas cosas, luego otras. Pasa el tiempo. Etcétera. Lo dejaron en París. Armaron una gresca sensacional en plena F... Ella arrojó una botella de William Lawson's a los cuadros colgados. Uno dijo que el whisky los mejoraba ostensiblemente. El arte, tan variable, y todo eso..."
[Desarrollar... El concepto, una clave... Está todo más allá del objeto.]
(M. se reía al oírme. Sentenció con una maldad de las suyas: [palabra que suprimo] Le contesté: "Cuanto más dinero, mejor.") [Se trataba de dinero, ¿no lo adivinaba?]
"No, si... [palabras ilegibles]... Puedes contar con M.V, también. Vende muy bien en Basilea... Lo ha contratado la Gulbenkian. Hace poco consiguió un B. en Manchester. ¡Está muy de moda B.! Lo vendió con dos cifras más a la derecha. Eso es lo que dicen... ¡Un verdadero mercader! "

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