miércoles, 20 de enero de 2010

K. (III)

Texto de culto y adolescente pletesía, producto de una lucha sin cuartel entre la desesperación y el ansia de eternidad, de perennidad a pesar de todo, la obra fragmentaria y misteriosa, de labra alquímica y don premonitorio, termina encallada en el proceso de su creación maldita y el mito de su alcance oculto, inasible. Enigma de la cultura, el sujeto que escribe fundamenta su mágica ensoñación, o pesadilla, a partir de la impotencia y la más absoluta de las imposibilidades. Adivina quien es porque no puede empezar su camino hacia lo trágico y lo callado, lo desconocido y lo porvenir, con la memoria estragada de logros pasados insignificantes. La modernidad que presiente en su pensamiento le impide la experimentación: reinventa lo tradicional entonces. La época, a la que no quiere desmentir ni negar ni falsear o exagerar con literarias argucias técnicas y entretenidos argumentos, le exige la invención del nuevo criterio y otra clase de omnisciencia en la narración. Su potestad radica en radiografiar el tuétano del mundo. Señala graves dolencias contemporáneas (...)
Abocado el grafómano enfermizo a una forma y un medio inevitables la introspección dirige lo imaginativo, corporeiza los más profundos temores y acicala una prosa inspirada con toda probabilidad en los abismos del asco físico, la náusea de ser y la profunda indecisión.
Los años acreditan tal vez sin saber esencialmente, (casi seguro: sólo con la anécdota, banalizando la vida y la obra del infausto sujeto), un legado que extraña por sincero y crucial, tan lejos del sentido común como de la rareza que universalmente se le supone. La incertidumbre es el mejor venero: salva de lo correcto y la frivolidad. La angustia es un engranaje diabólico que atenaza el espíritu de su insomne ingeniero hasta dejarlo hecho trizas. Así que este educado y gris empleado concluye en lo incomprensible de lo cotidiano y lo familiar, en lo solapado y fatídico del gracioso discurrir diario bajo el sol o la lluvia, el frío o el calor, la mañana o la tarde, mientras los colores se desvanecen o se muestran pujantes a la desnuda luz del mediodía. Es el constante fluir de una mente sin duda enferma por parajes tan inaccesibles como el meollo de la locura... Y esos recorridos sin retorno: de la vigilia al sueño sin tregua, del sueño a la vida. El análisis alcanza a lo más ínfimo, el minúsculo accidente del pensamiento atrona en el cuerpo desfallecido. El perdón será la muerte. Y así se traza el claroscuro cargado de males y sombras, la visión de la pesadilla terrible de un futuro siempre de guerras, irracional e inútil. (K. prevé la enormidad sangrienta del absurdo de su siglo, de los otros…)

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