lunes, 25 de enero de 2010

Conversaciones (1)

X. me decía:
"Las leyes del arte se renuevan en lo refutable." Lo dijo y pareció que un ramalazo de ira contraía su rostro. ¿Iba a arrojarme el vaso corto y grueso (ya vacío de ginebra inglesa) a la cabeza? El timbre de su voz (escandalosamente despectivo, aunque no podía evitarlo..., quizás si educara el tono..., porque ínfulas, lo que se dice ínfulas, no había en el tipo, escuálido, amarillo verdoso, más bien era un teórico, de un carácter nada especial y muy especulativo) lapidaba la frase con insolente brusquedad, lo que revestía de solidez cualquier asunto por muy obvio que fuese. "Es del conflicto de donde surgen los más señalados proyectos...", seguía diciendo a punto de la cólera. Apenas le escuchaba. Yo admitía sin repugnancia esa premisa. Hay que negar, pero no la historia de atrás: lo deleznable es insistir hoy en ella. Nadie repita nada si no lo supera [Cap. H.]. Es la primera regla moral de un artista. El mejor arte adquiere validez y sentido si el orden de su especificidad mana de un talento superior que hace del desacato sólo un principio, y no ignora que ninguna oposición al estilo o la concepción antiguos es lo suficientemente definitiva para menoscabarla sin más. (V.G.: Es difícil saber si uno vale más que su tiempo, junio, 1889.) A. Rodin adoraba a los griegos, ¿por qué no iba a hacer un vaciado del natural? Le acusaron de ello. Es posible que lo hiciera. ¿Y qué...? Sé de esa... vanguardia que tanto se complace en Velázquez. [Hay un paisaje romano pintado por este artista cortesano, inteligente, sumiso y caballero de Santiago, es posible que el único paisaj... ¿Jardín de Villa Médecis? Fueron dos las vistas, una al atardecer y otra a plena luz del mediodía. Ya parecen decir: deja que tu visión lo complete, ¡que concluya ella y no la mano la pincelada casi impresionista!] Picasso estudiaba complacido el plano renacentista, poco después del período rosa y la diablura de su cubismo romántico, se sentía fascinado por una figuración inagotable, volvió la vista... ¡y ha visto colores tan bellos y falsificados por el tiempo en Vermeer, El Greco, tal vez Renoir, y un ingres escondido...! Podrían citarse innumerables ejemplos de una admiración contemporánea hacia el artista del pasado. Un arte moderno no decreta más allá que sus ilusiones actuales, y no instaura en la moda vieja o en antigualla las referencias pasadas. La categoría de lo nuevo se acrecienta de insospechadas referencias. El débito, como todo en la naturaleza, alcanza hasta el más lejano... [He visto el paisaje de N. de St., el: azul o gris, reanuda algunos cielos en los frescos de Giotto... ¿reanuda? No es la palabra apropiada...]
Pero había que contestar a X.:
"Van Gogh", le respondía yo, muy distraído, "termina resolviendo intelectualmente su inquietud artística mediante la censura inconfesa a sus contemporáneos y una pleitesía muy particular hacia precursores sorprendentes."
En Van Gogh las afirmaciones se exponen desnudas, él es muy honesto: Shakespeare es tan bello (...) Ese infinito sobrehumano que sólo tiene Rembrandt, parece en Shakespeare tan natural (...) Realmente, voy a pintar más gris [subrayado mío]. Opiniones simples y correctas como la luz, que es el color, y al cabo el vigor de una conciencia, su testimonio más fidedigno.
Sus ojos contemplan lo evidente. Está convencido de lo que ve, y no muy seguro de lo que cree. ¿Quién lo está? Sólo el imbécil. [La respuesta la dio el viejo Beyle: "No estoy muy seguro de lo que creo. Pero estoy convencido de lo que veo, y puedo contarlo sin recelo." Y nos rodeaba la más fantástica niebla al mismo pie de las montañas, inmersos en una nube de grises y platas heladores, 3-89.]
¿Qué obra muestra confiado Vincent van Gogh?: la forma simple del mundo bajo la luz del sol. Una furiosa torpeza, que, sin embargo, huye del desorden, fragua a espatulazos todo lo que de complejo tiene una moderna sensibilidad. Su arte era una gnosis que prometía una comprensión dual: la suya como hombre y la del mundo. La intuición concluía en la clarividencia.
Entretanto, su época insistía conformada en bobas eficacias artísticas: magnificaba al discreto artesano, al concienzudo copista. La forma lógica y minuciosa, inteligible, encubre de ese modo el ejercicio de una creación irrelevante.
V.G. apostaba... fuerte. Vio en Manet unas peonías rosas, sus hojas verdes sobre un fondo claro. Y tan sólo pintado con una pasta sólida, plena y sin trampas, sin el truco sabelotodo, sin ninguna floritura: ... lo que llamaría simplicidad de la técnica.
X.:
"Filosofías posteriores...", etc.
Filosofías posteriores registrarían el hecho: una técnica es una metafísica. (J.P.S. Conversaciones con... [S.d.B. Hablaron en Roma primero, durante el verano del 74, en sobremesas soleadas, y luego en París, a lo largo de todo el otoño. Grababa ella las conversaciones, sin discriminar ninguna bagatela, de un ya farfalloso Sartre. Transcribía más tarde del magnetófono. Muerto él, sin que pudiera rebatir nada de lo hablado, publicaría los pensamientos al vuelo, la ocurrencia de una alcohólica digestión, el recuerdo difuso, y el juicio… ¡a veces atinado!]
En el primer artista moderno la deficiencia de la técnica prefigura el deslumbramiento, la eclosión de un nuevo lenguaje. La nueva actitud, por tanto, queda avisada.
B. adivinó enseguida que toda la obra de Van Gogh era el penoso desenlace de una dolorosa impotencia por resolver su urgencia expresiva mediante la conformidad y la estilística general del arte de su siglo: cien años de la misma corrección, algo que él no podría lograr. Exacerbado finalmente, se enfrentó a ella como un auténtico manazas. Había descubierto que su obra podía ser el principio de otra manera de hacer arte. Se sintió sobrecogido por la ignota posibilidad que vislumbraba, aun entre brumas, admirable y concreta: pintarse a sí mismo a través de las cosas.
Vincent van Gogh también se vería inmerso en la magia (o la mística). Todo en él parecía surgir de un embrujo... bueno o malo. Pero una reflexiva y constante relación con ella lo mantuvo siempre alerta. La cautela le protegía de lo fantasioso. "Fue una extraña mezcla de rabia y voluntad, de humillación apocalíptica, la misma que acataría Rothko tantos años después." (Lo había escrito O.G.V. no sé dónde, ni para qué: él era todo lo contrario. Melifluo, pálido y taciturno, enfermizo y tolerante. Murió pronto. En...)
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(Más prefería yo las conversaciones sostenidas con L.B., vaciando a medias un par de botellas de whisky.)
"Es un lugar común... Es interesante esa idea de la intransigencia radical en un artista... ¡Pero demostrada hasta la muerte! De lo contrario..."
¿En aras de qué ofrendar la propia vida? ¡Ridículo! El fracaso fatal es no saber vivir. Lo demás...
Le contesté fingiendo indiferencia:
"No me atrae nada la idea del sacrificio. Hacer de eso una estética. Son leyendas para pensar a favor de algo... Un estúpido amontonamiento de vagas anécdotas que no bastan para ocultar un interés escondido. No valoro en nada el suplicio. Sólo admitiría el mío, si no tuviera más remedio."
Mudó rápidamente la expresión.
[No. En realidad estaba ofendido. El necesita que le secunden una idea para poder desarrollarla. Un perfecto autocontrol le permite disimular la contrariedad. Luego, desvía la conversación hacia otro rumbo... Más o menos, muy elegantemente.]
L.B. airea su enfrentamiento contra el mundo afianzado en la seguridad que le depara una economía muy feliz. Es consciente del sufrimiento ajeno, pero le cuesta imaginar el castigo físico que supone. [En su abultada colección de fotografías pornográficas sobre excelentes cartulinas glasonadas el sexo no huele, brutal y confortable a la vez, enervante y limpísimo... Significativo de él.] Le conmueve leer que durante semanas Van Gogh almuerza solamente un pedazo de pan duro mojado en medio litro de vino barato, y que después el pintor se fuma una pipa para engañar al estómago y se acomoda rezongando en lo más oscuro del café nocturno.
No deduce la fácil consecuencia: a media noche el sueño se turba de malestar, y el dolor en las tripas es tan agudo e insoportable que le obliga a dejar el lecho. Vomita: sólo bilis y agua sucia. Día a día. El amanecer le sorprende debilitado, entre retortijones lacerantes. Pero la luz magnífica le anima a salir afuera, a librarse de todo el cansancio.
"La magia de la que hablas", dice L.B. improvisando, "o una sinrazón... ¡mediática! Es cierto. No se sabe por qué, pero el revoltijo de ese afán creador, su fe en sí mismo, hasta su propia confusión moral moldean su carácter, inventan las trampas adecuadas... Hacen que sea el resultado de sí mismo perdido en la confrontación. Le vencen las circunstancias... ¡afortunadamente! No es un Vincent tan cándido... aunque sí loco, a veces."
[L.B.] Ha recuperado la iniciativa. Olvidemos las palabras fáciles, el tópico recurrente. Le contesto animado:
"La práctica del arte debería ser placentera. El ejercicio lúdico por excelencia. Está uno en la cueva, y afuera llueve, y azota el viento... Pinta en la pared a la luz de las llamas, en lo más hondo y cálido de la caverna, y esa imagen llena de estupor y regocijo un alma inocente. ¡El espíritu puede hablar!... Y no es así por desgracia, es simplemente una cuestión de estratagemas. Si no hay religión, que haya magia. En cuanto V.G.: ¡éste quiere que el mundo contemple su obra! No la esconde en un corral. Qué más da si una docena de lienzos terminan en un gallinero tapando un agujero ¡Los cuadros los pinta a centenares! Se dice: ¡Se van a enterar!"
"Pinta porque no puede hacer otra cosa. Termina creyéndose. Se obliga a alguna pequeña violencia. Al final le cuesta la vida demasiado pronto... Aunque hubiera sido igual de cualquier forma."
"¿Dibujaba mal el hombre primitivo? ¿Dibuja mal Van Gogh...? No lo creo. Es una plástica interesada. Aquel cazador de la gruta carece de símbolos... Igual que éste, que carece de medida. El valor que le suponemos únicamente proviene de su obra. En todo caso, me hubiese gustado conocer a un tipo de esa clase..." [¡Qué ingenuidad la mía... a estas alturas! 12-2002.]
(Uno se arriesga. Hay razones para arriesgarse.) [J.P.S., 1974]. Agregué:
"Pero uno puede salvarse de muy poco en la vida. Desde luego, no se salva de la muerte. Y toda inmortalidad es una paradoja. La inmortalidad de V.G., que no es sino una licencia del lenguaje, es un espectáculo que ya no le pertenece, es una obscena imaginería donde muchos encuentran virtudes y razones que venerar, pues van tras algo distinto del sentido elemental y pusilánime que tienen de las cosas. Y ven sus pinturas como... la iconografía de un alma muy torturada."
[Sin embargo, ¿a qué ha conducido toda esa obra, esos kilogramos de pigmento y ese par de miles de metros de lienzo y bastidor? D.G. minusvaloraba de ese modo... (aunque mencionó con atrevimiento una posibilidad): "Se pierde la vigencia, pero lo realmente bueno permanece, inactual, sí, pero a ello volvemos a pesar de los años transcurridos, lo comprometemos con otra época." (No fue tan atrevido: leí eso en J.P.S., un pensamiento muy semejante. A diferencia de la literatura: la pintura de otro siglo permite la especulación, la compraventa. Y aquella que está encerrada en los museos, una sencilla idolatría... (La literatura es papel..., un valor material mínimo, un objeto eliminable... etcétera.)]
"En cuanto a la posteridad...", dijo L.B. Pensé que iba a seguir: "... Bien, no importa para nada, siempre tiene otros dueños...", pero no añadió palabra. Se había quedado callado, mirando algo perplejo el vaso colmado más allá de la mitad por el whisky. "Debería mezclar el whisky con agua", reconoció finalmente. "Cada día lo soporto peor."

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