jueves, 21 de enero de 2010

Los días de Arlés

Un cuadro no vale más allá de aquella jornada de sol, de pasión o de fe que entretuvo su ejecución: el agua fresca, el vino, la sal,
la carne y la fruta, el andar y luego la casa en reposo,
encender una pipa, una copa de anís, la paz de la luna y el sueño.

Un cuadro nunca vale más allá del beneficio del día de hoy
y a veces el del día de mañana: el plato de sopa, el pan y la miel,
el aceite puro de oliva, el olor de la albahaca y el laurel,
la ropa limpia y holgada, el corazón tranquilo,
un jarrón con flores y la plena conciencia de crear
cada día, a cada paso, en todo momento.

Un cuadro no vale más que el espíritu de un hombre
y no vale ni mucho menos lo que un solo día,
un solo instante, de la vida de un hombre.

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