miércoles, 27 de enero de 2010

La heroína (1)

La metáfora real era huir del vacío a costa de lo que fuese, cualquier otro camino que escogiera contrario a aquella dirección estaba cegado, era maldito y estaba descartado. La metáfora era la huida. Disfrazaba la desesperanza mediante un poder terrible y maléfico que, andando el tiempo, la desnudaría más todavía... La faz únicamente: malva, rosa, violácea, ¡bella tonalidad de medio muerta, caput mortuum...! Muy pronto circunstancias y personajes siniestros la rodearon como un mar abyecto y de fondo ruin que terminó encenagándola de mayores condenas.
Recién levantado de la tierra, y me tiente...
(Una mañana que llovía a raudales la seguí hasta un bar del bulevar Raspail. Entró con paso vacilante y se dirigió hacia un negro bajo y rechoncho que permanecía pegado a la barra, con la cara vuelta a los ventanales. T.B. parecía amedrantada, dirigía sus ojos al negro con una fijeza suplicante. Desde el exterior, helado de frío, sin protegerme de la lluvia incesante, vi como hablaban. El negro, que miraba a la calle displicentemente, estaba serio y a duras penas esbozaba una mueca. Al cabo de un par de minutos se les unió un tipo alto y delgado de cabello rubio desvaído. Llevaba una cazadora oscura, con el cuello alzado hasta las orejas. Lanzó un vistazo de arriba a abajo a T.B., con exagerado desprecio. Enseguida salieron del local. Una vez afuera, no pareció importarles la lluvia, que seguía cayendo con fuerza. Vi los... grandes árboles, las hojas brillantes, el cielo de ceniza... A ellos, que se habían detenido, a punto de doblar una esquina. De pronto, el negro escupió al rostro de T.B. y comenzó a hablar a gritos, gesticulante y amenazador. El tipo rubio contemplaba la escena impasible. Más peligro supuse en él que en el otro. Vi a T.B. distinta, completamente desconocida, increíble y ruin. Pensé que iba a ser golpeada de un momento a otro (pegar a T.B., ultrajarla, hacerla rodar por el suelo mojado y sucio, indefensa y débil, entre gemidos, ante la humillante indiferencia de los transeúntes apremiados...). Repentinamente, las tres figuras se pusieron de nuevo en marcha y terminaron desapareciendo por una boca del metro, en Notre dame des Champs. Decidí seguirles, ya apresuraba el paso... Pero me detuve. Entonces me di cuenta que basta con saberlo todo, y que el grado de tu inocencia siempre es un punto menor que el de tu pasión: cobarde, sin asombro, volví a mirar los árboles bajo la lluvia, fría y gris... Dos horas más tarde, apareció T.B. Salía del metro. Todavía dudo hoy si fue posible que me descubriera paseando por el bulevar con las manos metidas en los bolsillos, sin esperarla a ella, sin esperar a nadie, sin esperar nada.)
J.D.B. no era demasiado inteligente, pero no se equivocó en su desgraciada predicción sobre T.B.: él había fracasado en demasiadas cosas para no comprender las dolencias y corrupciones que el azar inexplicable es capaz de infligir a un ser humano hasta degradarlo por completo.

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