miércoles, 31 de marzo de 2010

Babel

I. Dublin

Un día, en el torreón, blasfemó a gusto. (Era como la torre de ajedrez. Miraba a la bahía gris y verde.) Olvida la ciudad y sus laberintos que invitan al destierro inevitable. El mapa de los días es un sucio color ahora, memoria de mañana. Alguna vez las lágrimas corrompen la unción y la mirada de la virgen,
su azul e inmaculada vestidura. (Qué gran masturbador jesuítico. Disfraza con simiente la piedad.)
Esta es la época de las confesiones: mira que si los perros cavilaran y dialogaran entre sí los árboles. Se duele de sus hábitos secretos. Era escéptico y leía la biblia. No dobla el espinazo ante el cadáver de su madre, no implora gracia alguna. Ninguna patria vale lo que vale el sexo pelirrojo de miss Nelly. Excelentes compinches lo alentaban, celebraban sus magras ocurrencias en las brumas y voces del alcohol. Más allá de la costa está el recuerdo, el júbilo del agua más profana inspirará en las páginas del poeta un día, un solo día de leyenda. Jugaba con la huida. Y era el destino.

II. Trieste

Las antiguas ciudades del exilio muestran la herrumbre de sus viejas piedras, sus cielos minerales, la memoria de un tiempo que es el mismo que esta tarde quieta y crepuscular. Tenor flamante. Qué atroz y lento aburrimiento algunos días. Entonces piensa que es otro. Y en ella. ¿Quién? Oval retrato. (No es baladí el recuerdo del miope. Mira el vasto mar de la tierra verde de la infancia. No es justo saquearla en estos años cuando nada es puro y las palabras ya no son las justas. Puede que sólo evoque falsedades en el ocaso de su juventud. El sueño se ha trocado en fantasías, lúbrico corredor donde amanece exhausto de temor y de mentiras.)
Blanca y judía. Fulgor de su raza. Vamos al paraíso tú y yo solos ahora que nos abrazan los hilachos del crepúsculo, melocotón, luna. Sometidos ¿Quién? Y va deletreando verbos, sílabas tal vez impuras. Se goza en el silencio.
El señor profesor de los tranvías la observa de perfil, a contraluz. El súbito temblor de sus pupilas acristaladas. El falso rubor. La crea y la descrea, es meretriz, es solamente joven, es oscura, aún regala flores. Sangre azul. Pálido vientre abierto, violada, salvada. En la penumbra, agazapado escucha una sonata para clave. Su cabellera es la de Berenice, cubre la desnudez de los dos. Quién? En el apartamento de luz cruda los muebles viejos ropa muy usada cuasi ciego signor ojos de vaca senza religión sórdido tomista cuartillas arrugadas sin dinero (es rara la moneda que algo paga) trampas y latinajos casanova escupidor políglota enfático dante de voz sabia quid prisca redit venus boca y lengua hunde en el pubis soñado acariciada sangre errante. ¿Quién? Ella piensa que es más ella: los labios rojos abiertos, vírgenes aún, gruta, araña, agua, sombra. Mientras tanto él estudia a Blake, fuma virginianos, descubre el viaje a Itaca.

III. Paris

Cuando los hierros eran oro, el gas azul levitaba un poco por encima de las mojadas y brillantes aceras y el paisaje del mundo se encerraba en unos cuadros hermosos y baratos. Los libros tenían la letra grande y entre sus páginas amarillas y gruesas se guardaban las más bellas estampas. Llovía a menudo. Ahora no llueve nunca. Podía uno encontrarse con un gran monsieur. No lejos del río, el sena ése. No lejos de los jardines de grandes árboles envueltos en la bruma matinal. Cerca de la tienda de grabados de colores pastel, viejos colores pastel. Bajo el cielo a ratos azul, dorado, cruzado por las grandes nubes de marzo.
Sentado en su sillón. Confortable. Afuera hace frío. Anochece. Adentro la luz eléctrica quema. Fuma despacio. Piensa. El viejo O’. Recuerda un aria de Purcell. Taciturno. Todo está dicho ya. Diez veces le han operado los ojos. Todos los días son Viernes Santo. Masculla la frase: todavía no es lo bastante oscura. Blake: persiste en tu locura, te hará sabio.
Se detiene ante el escaparate de una bonita tienda. Fruslerías. Pero recita odas de Horacio y el poema incompleto de Coleridge. En el fondo: a great joker. En dirección al puente de hierro de Passy, exclama: ¡Florencia! (Mirando su bastón recuerda a Goethe). Encerrado en un taxi, un día de lluvia, gris, camino del Bois de Boulogne: Am Felsen fest, an dem er Scheitern sollte. Contempla el cuadro: Vermer, Delft. Amarillos. También él. Tal observancia no es rara. Como el hombrecillo del abrigo de pieles y sus grandes ojos de 1922.
But now, el gran libro blanco y azul está en marcha. Work in progress. Sus páginas como olas cifran la tierra una y otra vez, los pálidos colores de Irlanda. Se cuida de los vástagos, pero deja morir lejos y solo al padre allá junto al mar. El escribe sobre la noche. El despertar de las sombras. Le amenazan las bodas salvajes de de antaño: más terca es la nostalgia que el odio. No es de gustos, exquisitos. Vacilante. No es nada alambicado. Degusta pièces du Palais-Royal. Y había leído en la espada danesa el círculo, el pájaro, el canto. No destruye el fuego lo que el gran divertidor lega a los hombres. (Silueta delgada del brazo de la mujer. Su caminar atolondrado de ciego en la niebla, en el principio y en el final del viaje. Judío errante. Falso judío. La piel sucia. Podrido el aliento. Siempre legajos que van. Y vienen. Otra vez. En el viaje. Sí. En el.)

IV. Zurich

Buscando el infortunio, la primera vez la vio de soslayo. Pasó de largo. Huía de la tierra del padre. Sólo ese equipaje traía. Volvió sobre sus pasos. Bailarín que en la Gran Guerra sueña vigilante (acechan la ceguera y la pobreza) la fortuna, la gloria, la frontera. Presume de un succès d´estime. Estudia el griego. Las palabras venerables llevan a los mejores pensamientos. Ser en el mundo ofusca comprender el mundo. Ciega tus ojos, no creas lo que veas. Hay una mujer vieja que es sabia y muy alegre. Sabe cosas que jamás has visto. Sirena y Circe. Alza su casa junto al lago. Ojos de cristal: fabrica muñecas. Pómulos como pétalos de flor azul, rosa, marfil, rubias guedejas que dibujan tapices primorosos a la dorada luz de la mañana. Prodiga los consejos, y más tarde de pie sobre la barca, al viajero de ojos glaucos y porte distinguido despide cuando las aguas se agrisan y el viento agita las ramas aún verdes. Se ha cernido la noche de repente, el cielo se ha cubierto de tinieblas. Es la hora del destierro. Ve tú al país de los lagos y las nieves. Saluda (mas no lo hagas con grandes ceremonias) a esa otra dama que en la orilla aguarda que el círculo se cierre. La palabra es infinito número de encuentros. Un hombre todos los hombres. Un libro todos los libros. Una planta indefinible descansa sobre el túmulo. Muy pronto la nieve oculta el nombre cincelado en la piedra lunar. Borra sus huellas la silenciosa nieve que desciende sobre la tierra. Verdaderamente comprender que un día es todos los días.

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