martes, 23 de marzo de 2010

La madera de Messkirch

Adentro de la casa el silencio se posa a las cosas como una sombra y el día lentamente se ha apagado, pero permanece el calor de su huella. Todo parece disolverse en el tiempo de la noche: la mesa, la silla, la pluma, el papel ya para siempre en blanco. Ni él ni el mundo son un sueño (acaso él, muerto, será de su misma sustancia, será un recuerdo).
Esta mañana sus pasos le han llevado lejos, hasta muy adentro del bosque oloroso por la lluvia del amanecer. El aire del oeste ha despejado enseguida la niebla. Entonces ha visto al pájaro en la rama de repente alzar el vuelo, desaparecer entre los árboles. En el cielo claro y limpio se alejaba la nube. Ha evitado su pie un hormiguero todavía en pleno caos por el agua caída horas antes. Ha presentido un extraño animal agazapado tras los matorrales, hasta a él llegaba su aliento sofocado. Una araña hilaba su aviesa arquitectura iridiscente entre dos troncos. “Es la vida en sus múltiples formas”, se dijo con encomiable simplicidad. También ha visto caer la hoja encendida de un roble en el follaje aún mojado, detenerse un momento en el aire. Extrañamente quieta parecía eterna entre el cielo y la tierra.
Camina por el sendero, y no sabe adónde, con la gozosa seriedad (pues también él lo es) de un viejo maestro de la vida y de los libros.
Ha contemplado el arroyo huyendo sin cesar de ese lugar y el correr de sus aguas sobre las piedras era un agitado murmullo (algo reflejaban del presente, sin embargo: su trémula figura, el claror del sol de ese instante fugaz). De regreso a la cabaña un sentimiento de piedad le ha sobrecogido: todo en la naturaleza viviente parece empequeñecerle, ajustarle en la dimensión de lo efímero.
Ha saciado el hambre. Sentado a la mesa frente a la hogaza de pan, el vaso teñido por el vino, permanece inmóvil con la vista fija en las llamas. El fuego del hogar da pábulo a tantos recuerdos de la infancia... (las palabras eran recientes, más justas), y en ese feliz retorno se extravía, todo se torna elemental y profundo.
Más tarde piensa el nombre de las cosas (piensa en las cosas antes de su nombre, piensa las cosas en el nombre).
Y a la mañana siguiente, cuando abandona la pluma y sale afuera, el silencio se rompe, la nube no se toca, es inaprensible el agua que limpia sus manos, el cielo es un azul muy misterioso nada más, y el tiempo nos deja, se aleja mientras él permanece quieto como los árboles, junto a la casa hecha de su misma madera.

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