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Lo que haya de creacional más allá de lo visualmente explícito en el tebeo procede tanto más de la técnica dibujística de su autor, del planteamiento estético (pero aparencialmente legible) y sus correlatos plásticos (encuadres, secuenciación, ordenación de planos) que de otra suerte de componentes militantes y/o políticos. La estructura narrativa del cómic, su propio léxico gráfico es reacio a lo connotativo, a lo oscuro en el significado primario de su relato, y propende a una exposición inequívoca de sus postulados, tanto a un nivel inocuo como de propaganda deliberada. Y ello debe primar sobre cualquier otra circunstancia, de ahí el maniqueísmo observable en gran parte de sus colecciones seriadas, y de ahí su arrebatadora inocencia en el conjunto de sus intenciones. Hasta en el cómic más ideologizado o incluso censurable la propuesta es de una claridad grosera, evidente, sin que reniegue o se esconda en ningún momento de su compromiso, lo que le proyecta, de inmediato, a un discurso sin alevosía, tan llano y plano como el color de las viñetas en los “monos”.
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