martes, 2 de marzo de 2010

Poéticas - C.G.B. (14)


Una integración espacial se aleja del cuadro-soporte en la medida que la intervención artística apela más a una metaforización global del proceso estético que a la representación, inclusive abstracta, que aquél propone en su bidimensionalidad. Dentro del ilusionismo que todo arte convoca se trata, en definitiva, de escalas. Nos movemos dentro del mismo ordenamiento conceptual. Hay en común mucho más de lo que se piensa entre instalación, integración espacial, pintura y escultura. Tal vez el espacio, en este sentido de categorizar los componentes plásticos, magnifique el propio acto de la intencionalidad pictórica o escultórica al dotarle de una dimensión amplificada, pero es innegable que tras la exposición del discurso no deja de acechar el artista, que es quien prevalece sobre cualquiera de las disciplinas al margen de su condición de escultor o pintor, una vez, claro está, que aquéllas han abandonado el reglado técnico diferenciador que las distingue entre ellas (talla, pintura, modelado, perspectiva –o no perspectiva- etc.). El artista, liberado del aprendizaje eminentemente técnico, se ha hecho plural metido de lleno en la interdisciplinariedad contemporánea que recrea objetos más que los crea.
En esencia, ante una intervención como la que glosamos, el propio espacio puede determinar en sentido estricto la materialización de la obra artística (o la caudalosa batería de su propuesta tan diversificada) que se despliega amparándose en un nuevo marco, una nueva dimensión que radicaliza su libertad espacial (al huir de las cuatro esquinas del cuadro). Por tanto, esta intervención plástica no deja de ser una secuenciación conceptual y hasta metafórica del ámbito espacial que la configura visualmente. La misma localización, construcción y significantes arquitectónicos concitan, paradójicamente, una obra de alcance verdaderamente subjetivo, hasta intimista, puesto que los valores plásticos, procesuales e incluso objetuales del recinto (columnas, tallas, baldosado, luces, ventanas, maderas, paredes) aun estando mediatizados como referentes del emplazamiento por la artista, que ya lo ha convertido en lugar, se constituyen desde un discurso eminentemente personal: lirismo, apostillas a la realidad social o doméstica o de cualquier otro tipo, ironía y sarcasmo incluidos.
Una integración que se refuerza todavía más a tenor de la cohesión que establece el vínculo icónico, una suerte de morfema que explicita con sus diferentes distintivos o ubicación deliberada la traslación y argumentación plásticas en un espacio previo.

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