domingo, 14 de marzo de 2010


Bien entrada la noche.
Escucha música (la sonata 21). Leerá (tiene tiempo de sobra).
Cerrados los ojos. El segundo movimiento es una pacífica expiación. La regla, humildemente acatada, impide el altercado con el dios. Atrás queda la cólera. Sólo son susurros, un poquito de blasfemia.
"¿Mejora a alguien la condena"?, se pregunta.
Ya era bien entra... (03,00: maitines; 03,37: lectura; 04:12: oración...) da la noche: casi ni se oye la música, es una magia que modulan las sombras.
Muchos días, a las cinco de la mañana (laudes) ya está en pie.
El helor parecía desprenderse como una costra de las mismas paredes. Se ha cubierto con una manta vieja que encontró en el interior de un arcón. Huele mal, a rancio y humedad, pero al menos le calienta. "Olía como a un fardo pesado de años", diría más adelante.
Más de una vez esperó toda la noche (penitencia, prima) a que el alba se extendiera sobre toda la tierra. No detesta él esas emociones.
Ha calentado el vino. Sostiene el vaso de metal con ambas manos. Sorbe con suma lentitud. Sacramento.
Confunde su conciencia con el fraseo compungido del piano, todo es un traer y llevar remordimientos, las culpas sin definir, la pena por padecer... ¿a santo de qué?
Se había propuesto leer hasta el amanecer. Tenía varios libros de excelente contenido al alcance de la mano, algún dibujo humano o misterioso que admirar.
A un lado, junto a libros inocentes, un cuaderno de tapas rojas como la sangre, hojas sueltas, las malas confesiones...
Cerrados los ojos de nuevo. Sueña con los dibujos fatales de las grandes mariposas: quiere creer que en el caprichoso trazado de su dibujo evanescente se halla todo el arcano, la belleza y la maldad del universo.
Llegan los acordes como una brisa nocturna que brota de la misma tierra serenada, tal y como habían sido inspirados en un tiempo tan lejano: un espacio de debida apropiación.

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