miércoles, 10 de marzo de 2010

El sol (11)

"Por la noche, charlábamos en el café, sentados a una mesa del fondo, casi en total oscuridad, ante dos vasos bien llenos de vino. Sospecho que, en ocasiones, así disimulaba el hambre. Me decía que."
(…)
Vestía muy pobremente. Ha de ser cuidadoso con los gastos. Veamos: el pago del alquiler, la compra en el colmado, la.
Una taza de leche: un franco; una rebanada de pan con mantequilla: dos francos.
(…)
No me preocupo: trabajo el paisaje y el color sin saber siquiera adónde me llevarán.
(…)
Despuntaba el día claro, sereno y de un profundo azul. El aire era como el filo de una cuchilla.
Brell sale del sueño sumido en total extrañeza. Se pregunta de qué está hecho este aire, esta luz, estos días recientes que nacen de las noches de Montes.
¿Quién se complace en el campo...?
Cielo, verde pálido (651).
Un cielo violeta, centelleante de amarillos aún... (559).
El calor del sol al mediodía incendia la mirada, se seca en el fulgor blanco.
El cielo azul del Oeste se mancha del blanco de zinc, rasga el firmamento sutilmente. En el cielo azul y blanco se agita el aire, un viento enfría la tierra como si viniera de muy lejos sorteando los montes.
Un cielo ultramar... (H.24).
(…)
Blancos retazos, y un agujero deslumbrante de luz dorada que lanza un rayo hasta el suelo, hasta ahí llega. Por detrás de las montañas del Norte hay una pincelada gris, y otra más allá azul y negra, un punto azul cobalto, la veladura siena. Una mancha roja, se torna verde, otra vez roja. Se apaga la luz, un aire oscuro ennegrece hasta la última piedra del pueblo. Estalla un trueno. Pero la lluvia no irrumpe hasta acabada la tarde, poco antes de un crepúsculo sin sol y sin sombras.
(…)
Durante mucho tiempo llovía a menudo de forma torrencial, pero a la medianoche quedaba el cielo limpio y lleno de estrellas blancas, amarillas, temblorosas, como si hablaran de otro tiempo (H.12).
Al amanecer, sólo el sol amarillo está en el cielo azul. Brell contempla con cierta perplejidad todo el aparato inesperado de un cielo tornadizo.
(…)
Este hombre guarda conmigo un parecido extraordinario. Fui a comprar un tarro de miel. Al volver lo encontré apoyado en la puerta de la casa. Le invité a entrar adentro. Puse encima de la mesa el pan del mejor trigo candeal, una jarra de leche fresca, el aceite puro de oliva y la miel. Nos sentamos y comimos. Hemos hablado mucho, muy sencillamente. Yo sentía que todo era perfecto, que nos comprendíamos muy bien (H.114).
(...)
Nada hay inmóvil en la naturaleza. Brillan las piedras. Un cuadro... ¡es tan falso! Hagámoslo real. Sólo es pintura. Esa materia ya es la verdadera. Creo más en esto, en el cuadro, que en una representación por muy afortunada que sea: la imagen quieta, detenida la mentira, los colores cambiados, el sentimiento que bulle y finalmente acrisola la expresión. No se parece a. (¡Y qué!)
(...)
La tierra: me atan a ella lazos más que terrestres (585).
(...)
Imaginemos que Brell:
A primeros de julio miraba los campos de trigo sacudidos por un aire abrasador.
("Volverán a sembrar el trigo verde, rojo, amarillo...", había vaticinado.)
He aquí un croquis todavía no muy definido: dos enamorados, él vestido de azul pálido, con un sombrero amarillo, y ella con una blusa azul y una falda negra, pasean al atardecer junto a una fila de cipreses verdes contra un cielo rosa, con una luna en cuarto creciente de color ligeramente limón.
Espero acabar este cuadro en breve. Me gusta pensar en él, sin saber de donde viene ni adonde va la pareja de...
[Carta.431]: ¡Y yo que tenía debilidad por lo oscuro!
(...)
Una tarde, después del resistero, B. toma el sol denso y amarillote apoyado contra la tapia medio derruida de un pajar abandonado, poblado de maleza por sus cuatro costados. Un lagarto, verde y rechoncho, de una quietud mineral, se agarra al muro de piedras sienas, rojas y grises. Todo está en calma, sosegado en un estío nada iracundo que hace brotar de la tierra los ruidos más serenos. Se consume uno en la paz consigo mismo, poco a poco, asolado por una pereza que se complace en dejar que todo pase de largo, que nada turbe la emoción detenida del instante, la crucial nadería especular que va de un lado a otro, a salto de mata, en una mente en blanco. Los días ya no se llaman, las horas ya no se cuentan. Creación tras creación, la pródiga naturaleza es divertida e inútil: esa protuberancia inmensa, verde y ocre que se eleva y recorta el mismo cielo a puntadas desmedidas es una montaña, y pudiera ser un espejismo. Mira como se vierte el sol en un silencio casi religioso sobre las cosas del suelo, mira como el cielo se incendia con una luz, o con otra luz, o aún con otra luz más distinta, baraja los tonos sin decidirse por ninguno. Qué zascandil el pensamiento alejándose sin vacilar del pasado, de las palabras de más, de lo viejo, sin saber adónde ir, y deje el presente tan vago, tan indescifrable, y lo deje hecho como a medias. Pero el caso es huir, se dice el pensamiento. Cualquier cosa, ahora, se cree B., es más verdad que todo lo de antes. No muy lejos, en la ladera de un monte en la umbría, entre piedras y árboles, afanoso en el bancal, alguien quema rastrojos. Una tenue columna de humo gris se eleva lentamente hacia un cielo blanco y azul, y el aire tibio se impregna de la sustancia viva del aroma del mínimo fuego. Al amparo de una potencia dramática o inaudita (flamea la flor entre los cardos, y morirá mañana; ese revuelo de la mariposa describe la agonía de dentro de unas horas; ha de acabar el día, morir ese pacífico incendiario...) todo es más grandioso de lo que parece: forma parte de una ordenación tenaz y misteriosa. La tapia vieja: zumban las abejas sobre las ortigas, lo baña todo el sol, y el color... que parece hablar.
Todo en la tierra acaba dialogando secretamente con el hombre silencioso.
(...)
B. se adentra en el campo de trigo crecido. Desaparece.
Un trazo ancho manchado por alguna veladura blanca es el cielo agrisado. Una alondra sobrevuela... Unas notas rojas, un acorde inspirado, la amapola como un goterón de sangre, de pétalos tan leves mecidos por la brisa fragante y seca.
Ya que no trabaja el hierro, ¿no podría ser él segador? ¿Para qué pintar? Bueno, no, no, volver a salir del trigal, verlo de lejos. (Y pintarlo... Verdaderamente: "...pintar siempre, agua fresca, aire puro, comida sencilla, dormir bien... ¡y no tener preocupaciones!")
(...)
Es más verano, más fuego y más sed, la ascesis de la colina pelada, del pedregal que la invade, donde la mata polvorienta y rala apenas es verde. Es más verano este pequeño desierto sin pino, de tierra blanca y candente, este yermo quemante que nubla los ojos de sequedad y sofoco. El aire algo gris y luminoso que como una llama golpea el rostro sin piedad, alerta de toda la desnudez de un espacio blanco, de la tiniebla blanca.
(...)
¿De dónde viene? B. se ha parado de golpe. De nuevo el olor a humo de rama quemada, de encina o de olivo. Cae la tarde. Se oscurece la yerba. Por todas partes se cierne la majestad de la sombra. Viene él de lejos, ha errado sin rumbo desde poco antes del mediodía. Está a un tiro de piedra del pueblo, ya distingue una figura que se mueve, algún balcón abierto a la frescura del valle.
Reanuda el andar. Y otra vez se detiene:
Dos grandes cipreses agitan levemente el vértice de sus copas. Detrás de los cipreses, una casa. Observa a un niño que repinta de color verde una cerca de madera. Lo hace con extremo cuidado, como si la pintura fuese un santo óleo. No derrama el pincel ni una sola gota en el suelo de hierba. La empalizada rodea la casa amarilla de dos pisos con antepechos en las ventanas de color celeste. El tejado es rojo; verdes los listones de las celosías. La casa aislada, entre pinos y cipreses, linda con los maizales que se extienden hasta el lecho fulgente del arroyo. El sol de un color de cobre muy antiguo, patinado por el atardecer, desciende muy solitario sobre las viejas montañas del Oeste verdes, oscuras y en silencio.
Mañana se avivarán los colores. La noche clara limpiará la materia, la despojará de rutina. Y al amanecer todo es nuevo, y poco a poco cotidiano, la tierra se irá haciendo más herida bajo el sol, será el crepúsculo y todo habrá vuelto a empezar a acabar.
(...)
...un hombre que con las solas cosas desentrañaba el tiempo, las detenía en la mirada: es un hombre que entiende la luz, y oye los ruidos naturales de la tierra (Hoja 112).
(...)
Se trata de una cuestión de color. Podría decir: ¿el paisaje? Un tatuaje sobre la tierra. No hay ojos inocentes. En cualquier caso, describe lo que no debe, aún es torpe: "... una bruma de color lila, creo, en medio de la cual está el sol rojo, cubierto un poco por un matiz violeta oscuro (...) Cerca del sol, reflejos de bermellón, pero más arriba una franja amarilla que se vuelve roja y azulona por encima, es lo que suele decirse que es el cerulean blue... (C. 225).
(...)
Apresuraba el paso ya cerca de la plaza de la fuente, subiendo y bajando callejuelas. Hasta que irrumpe en ella con el latido brutal en las sienes, fatigado hasta el miedo.
El sudor le abrasa la cara, y le tiemblan algo las manos. No siente las piernas, tanto que andan ellas. Se libra del zurrón, del palo duro y nudoso que le acompaña en las correrías. Casi se precipita al chorro de agua fresca que brota generosa del caño. Bebe a grandes tragos, se moja todo, hasta que se le apaga el tembleque del cuerpo.
Luego, saciada la sed, se echa para atrás el sombrero de paja y se planta frente la iglesia. Respira hondo y aliviado.
Es la hora de la siesta. La luz se extiende como una mancha tan blanca que destierra hasta las sombras. No hay nadie. Allí está él, cumplida a medias la jornada. ¿Qué clase de trabajo es el suyo? El agua repica en la fuente. Ningún ruido surge de las ventanas cerradas a cal y canto. El sol sañudo y de una quietud angustiosa en el cielo despejado, levemente gris, se abate sobre el pueblo apabullado, relumbra sobre las paredes que hieren de luz, sobre el hierro que centellea, hace crujir la pobre madera a punto de arder.
¿De dónde viene...?
B. mira los restos de una antigua inscripción en baldosas cerámicas en lo alto del muro de sillería. Una cruz de madera negra, grande y escueta, desnuda de adornos, está fijada a un lado. La inscripción impone al resto del pueblo sobreviviente el nombre y la identidad de unas vidas caídas en la pelea de la guerra o en la huida de después. Todavía la casa del dios, imponente y desierta, se presta a esos rencores. La historia de este día inerte, parsimonioso, en la paz rotunda de un sol inmenso que empobrece el cielo, se diría que es un ultraje a un pasado de congojas y crímenes horribles e inútiles, a aquel pesar remotamente humano tan baldío y a la postre desprovisto del menor signo de grandeza. El futuro lo ha desmenuzado en sobras irreverentes.
El tiempo de antes... Toda esa piedra sin esplendor, su destino falso, tan desnudo por la luz de ahora, tan poca cosa para un tema, a merced de una ligera cavilación, de una vergüenza pasajera. (...)
No, ningún signo de la auténtica naturaleza delata la época: es intemporal la mínima epopeya de este hombre. Pudo haber sido antes. Pudo haber sido después. La lluvia, el viento, la tierra, el cielo, son los mismos. Ningún color es distinto. Todo es lo mismo, oculto a lo moderno y a lo antiguo. Nada es viejo salvo las cosas, el cachivache, la invención doméstica o excepcional. El sol es el mismo, y los mismos son el rojo, el azul y el verde, el rosa y el violeta... Por supuesto, el amarillo. Dentro de cien años las zarzas tendrán igualmente reflejos amarillos, violetas y verdes... ¿Ha de cambiar la fruta sazonada de la vid, la copa del nogal, la neta esbeltez del álamo? ¿Ha de cambiar la mancha de la mora, el secreto de la miel, la oscura fronda del encinar? El lirio será azul o blanco, ¿y de qué color ha de ser la amapola, de qué forma el girasol? Alguien, probablemente equivocado, andará por caminos de polvo con un lienzo en blanco bajo el brazo y una caja de pinturas y un caballete a la espalda, y pintará el mismo almendro en flor de hace cien años, el olivo de tronco negro y retorcido, la viña roja y el ciprés oscuro, el gran sol del mediodía, una tierra tapizada de hojas anaranjadas y amarillas. Y, sin embargo...

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