domingo, 28 de marzo de 2010

Todo el tiempo del mundo

Esperada la muerte, asumidas realmente la causa inapelable y fecha aproximada (durante muchas noches
un cáncer silencioso, furtivo, ha recorrido a sus anchas y a sus locas el artefacto de la carne), estos últimos días
son sólo el escenario para una despedida que elude la oración
y exige la sabiduría de los hombres escépticos. Existen mandamientos que parecen venir de tan antiguo...
Mira el hombre culpable (pues tal es la sentencia que lo condena sin remedio) la eternidad del mar, las incontables olas que buscan el amparo de la tierra dorada una y otra vez, perdurables en los siglos. Así será, piensa turbado.

Vivir estos instantes postreros en que la brisa y el sol se posan en la piel como una refutación del engaño del tiempo. Mira el horizonte que sólo oculta la muerte. Evoca los paisajes de antaño. Son los de hoy. Hubo una playa azul, el aire de este día, la emoción de ser como todos y serlo siempre.

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