sábado, 27 de marzo de 2010

Poéticas - J.B. (16)


En realidad, como es tan fácil apreciar en una primera ojeada (que es suficiente para su análisis), el artista del land-art, el escultor de la tierra, toma como punto de partida para sus obras la composición yuxtapuesta de cierto “assemblage” de objetos naturales. Estos artistas consideran la naturaleza como un “soporte” efímero, susceptible de experimentar plásticamente sobre él: el terreno propicio, en resumen, para alzar o simular una escultura monumental, ecológica o esencialmente primitiva, como un remedo de los viejos mitos. El hombre, la naturaleza, la intermediación entre ambos, dioses de la paganidad sin el texto borroso de la leyenda o la religión. Será el entorno lo que invoca lo majestuoso de la plástica.
El uso que deriva de este préstamo de la naturaleza sólo es metafórico en tanto la apariencia pronto va a ser demolida por intervenciones espúreas (el viento, la lluvia y la nieve, la mano del hombre), puesto que el hecho y el objeto artísticos van a permanecer en el lugar de su conformación, que es lo que lo convalida como tendencia artística. Lo cierto es que muchos artistas no consideran la naturaleza en sí misma sino como un medio y un espacio de experimentación, de una apropiación espacial y objetual que reinvindica meramente el hecho artístico en su praxis más inmediata, por lo que, aparentemente, importa poco el destino final de la “escultura”, el residuo estético. En todo caso, se ha visto en esta práctica una manera artística más tradicional de lo que pudiera parecer a simple vista. En efecto, las mediaciones posteriores que dan prueba fehaciente de su trabajo (cuaderno de notas, bocetos, fotografías, vídeos que serán puestos a la venta) reafirman sus trabajos como un producto más de consumo en el mercado artístico, o una forma en el más idealista de los casos de sutil perennidad: no existe la obra, aunque sí su huella que devengue beneficios. Porque lo ecológico de este arte también tiene un precio nada altruista: supera con creces al del propio mercado convencional, lo que le proyecta a lo clasista y excepcional, a un cierto tipo de gente, a los escogidos, sin preocupaciones de supervivencia cotidiana. Su constancia se hace efectiva mediante el documento gráfico, lo bocetado o fotografiado o pintarrajeado con la firma del artista, que es lo que tras un intercambio económico acaba finalmente como “producto artístico” en manos de los posibles coleccionistas (¿la verdadera obra entonces, más allá de lo natural, lo material, que acaba destruyéndose en la galería de la naturaleza?).

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