miércoles, 10 de febrero de 2010

Artistas (6)

Con suavidad, el hombre se apartó de L. Sus pasos lo alejaban muy despacio, sorteando obstáculos... Cerca de la salida volvió a medias la cabeza, casi reía, aunque era una mueca desagradable, un gesto lascivo o... (M.B. no reparó en ello.) ¿No se despedía de nadie? El hecho me sobresaltó un poco. Salió a la calle ajustando un pañuelo amarillo en el bolsillo de la chaqueta. Las hojas de cristal de la doble puerta vidriera quedaron desplegadas a su paso como alas gigantes.
L. pronto se vio rodeado por un grupo ruidoso de gente. Se perdió de mi vista.
"La réplica le hace enfermar", me confesaba M.B. de alguien.
Dije algo sin venir a cuento, completamente distraído.
Empezaba a sentir un cansancio infinito.
La ausencia de T.B. era dolorosa. Más que el batir de la sangre en las sienes. Me acuciaba como una mala espera. No la veía por ninguna parte, lo que hacía que todo pareciese inútil, una vaciedad total.
Apuré la copa. M.B. aún no había bebido ni un sorbo de la suya, que sostenía con graciosa naturalidad en las manos. Empezaba a hablar de Brell, de Z., pero especialmente de Brell. Dijo... que era un hombre perdido. Cualquier comentario de esa índole podría parecer profundo en una atmósfera tan frívola como aquella.
Hacía rato, en realidad, que comentaba intimidades acerca de aquél. (Una elegante obscenidad la de ella.)
"¿A cuenta de qué habla de Brell...?", pensé. La antigua relación entre los dos estaba muerta. Y el paso del tiempo empañaba el recuerdo más y más...
[Esa luz, no... textura.]
[... Sus grandes ojos negros, llenos de lágrimas, como cristales oscuros, límpidos, a punto de romperse... ¿Quién diablos...? Creo que era Eva K.]
[Dijo exactamente: ¡Venecia...!]
... y, no obstante, no dejaba de causarme cierto placer escuchar la maledicencia interesada de M.B. [Not. post.: Incomprensible que no advirtiera ella que revelaba mucho más sobre sí misma al descubrir las seguras debilidades de Brell, sus no probadas indecisiones.] Algo de eso me ocurría a mí. Prefería creerlo de ese modo: no me obligaba a rectificar mis recelos de por entonces hacia Brell. Vigilante, le temía (a él, su actitud imposible) incluso estando lejos de su ejemplo. Precisamente su comportamiento exponía mis carencias más que ninguna otra cosa en el mundo.
Por otra parte, M.B relataba anécdotas de Brell que yo ya conocía. No hice nada por evitarlo.
[Sin embargo, al releer estas líneas, recuerdo detalles de algo que me contaba. Tenía razón en parte. "Brell no quería ser reconocido en nada", dijo de repente. Me detengo en estos aspectos por considerarlos informativos, aunque sólo para mí. ¿Sería perfecto ser de ese modo al que empujaba la conciencia de Brell?: Lejos de cualquier utopía. Al paso del tiempo... ¡tuve que conocer demasiada gente sin interés! Sí, algunas de las frases de ella lo describen muy bien. Pero, ¿qué atractivo tiene eso? Aún recuerdo una de ellas: "Quizás sea algo inteligente lo que le veda para el arte..." La inteligencia no protege una clase de talento... Viene a mi memoria el aserto: "Entre el pasado y el futuro, está la conciencia." Vayas donde vayas. Todo eso era imposible de hablar con M.B.]
Se debilitaba la voz de M.B., se diluía en el concierto de murmullos, terminaba perdiéndose como una nota sencilla lejos de mi atención.
Ahora vi a L., preso de la turba social. Ya ni me parecía él. Se había desfigurado del todo a mis ojos.
[Un artista solitario que finge la calma en la zozobra continua. Solía decirme el mismo L.: "Todos somos malvados. Más que ninguno, el artista disimula su cólera, su marrullería." Yo diría: o bien la candidez necesaria es lo que anima al artista a seguir adelante, padecer incluso la humillación y el oprobio... merecidos. Puede que el coraje se revista más tarde de rencor. (J.P.: "Más le valiera una cosa así que el adocenamiento o la técnica verdaderamente insulsa.")]
M.B.: "Esos artistas... ¡Qué asco! Siempre preguntando la comisión... ¿Qué se creen? ¿Quién paga el recibo de la luz, los anuncios en la prensa, este cava barato de las inauguraciones... el día a día...? H.L. no engañaba a nadie... Un ático entre tejados y cables de tender, un agujero entre el laberinto desaseado de las antenas de televisión, con las paredes a punto de derrumbarse... Pintaba cielos urbanos, unos rasos desoladores, el vacío..."
"Recuerdo a H.L..." (Omití: "y el aliento de sus dientes podridos, el gruñido de su estómago en la más terrible de las ayunas...")
"Utilizaba buenos óleos... De los de antes. He visto esos cuadros... De una maravillosa luz violeta, inspiran inquietud... parecen fragmentos robados al tiempo..."
"Conocí a D.C.: se moría de hambre... Nunca quiso dinero. Fingía: ¡Dinero para seguir pintando! ¡Sólo quiero eso!..." (Bajaba la vista al hablar..., avergonzado más de sus palabras que de su pobreza fingida.) [Dije]
"¿Eso decía? ¡Qué tipo más increíble! Nos vendió unas planchas estropeadas. No logramos sacar ni una serie... Firmó a lápiz [¡Del cuatro... casi invisible! (Anot. pr.) Alguien rectificaba el trazo de la firma con grafito más vigoroso... Pero era igual.]... Un lápiz miserable... Malogró un centenar de cartulinas valiosas, carísimas, del mejor Whatman..." Seguiría hablando y hablando casi encolerizada...
Artistas... No había conocido a ninguno que no fuera una auténtica caricatura de sí mismo. Les guiaba el despecho... o la rabia. Alguno hizo de ello la más honda inspiración de su reglado artístico. [Y, bien: R.H., A., el mismo T... Estaba S.G., anegaba su alma de asco y envidia... Se podría escribir un perfecto tratado de malas maneras. Eran diabólicos, onanistas y lúcidos, complejos, necesitados de sostenes teóricos y acobardados por el vacío que sabían abierto bajo sus pies. A veces burdos, de un falso remordimiento por la confusión que promovían, pero dominados también por la urgencia del halago, de la credibilidad pasajera que instaura el texto o la exaltación panegírica del crítico...] "Inseguros los más...", dije en voz alta. "Podían salvarse uno, dos... Los dedos de una mano sobraban largamente... El valor de muchas de sus obras concluye en... ¿cómo se llama esa figura...? Dictamina justificando... esas virtudes posteriores a la inspiración... Inventa razones que modifican el sentido original y aprueban lo creado falazmente... Anam... ¡Vaya uno a saber la impostura...! En 198..., con P.H., una mañana brillante y calurosa de junio, frente el Palacio de Cristal del Retiro: ¡Esa luz bañará mis obras!..." (Murió a los seis meses: VHS. De sus cuadros: no queda ni uno solo en venta. Los han acaparado los falsos coleccionistas, adornan los altos desvanes, buhardas escondidas a los ojos de las visitas que se extasían en el salón ante el mal cuadro americano, la sabia chafarrinada, el gouache de Picasso, el dibujo a lápiz de Gris... En un par de años las pequeñas y sentidas pinturas de P.H. valdrán menos que el satinado catálogo que anuncia la almoneda...)
"El sida, que pasa de moda... ¿Te dije que F.B. se muere? Pondremos a la venta una mínima cantidad de las últimas pinturas, pequeñas y caras, tentadoras... Ha vuelto a la figura... Innovando... La carne lívida... Todo el desarrollo de una lenta e invisible putrefacción..."
"Bien, pero no te olvides, eh... ¡Vender el B.!, ya sabes... Cambiar no, no... No me apetece, ahora que lo pienso... El dinero."
"Hay unas xilografías negras estupendas de... de..."
"No, no. Prefiero la venta... No sé cómo decirlo... Bien, pero no se trata de un acto desesperado..."
"Esas tablas renuevan la poética de un jeroglífico sublime, una ironía... Hasta destilan humor... Hay sabiduría ahí, ¿sabes?... El fondo negro realza una idea profunda... Son bellas."
¿Por qué entretenerse con estos asuntos? Desde la perspectiva de hoy, todo aquello me parece falto de ingenio. Era como un maldito juego, aunque todo el mundo hubiese jurado por su propia vida (¡si hacían cosas mucho peores!) lo contrario. Un pasatiempo ilustrado en el que unos ganaban dinero y otros perdían la vida. Los más, sencillamente aliviaban el aburrimiento sin delatar ni la impropiedad ni la superchería de sus proyectos. No era fácil olvidarse de, por ejemplo, J.K., obstinado en imposibles hasta el suicidio más lamentable. [Para después, ¡y no olvidar!: H. (cínico, alcohólico y protegido): "Una época artística alimentada de suicidios..." Vid. Tex. sobre Sch., J., de nov., 1999.]

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