domingo, 14 de febrero de 2010

Conversaciones (5)

La puerta de cristal azul del pequeño despacho estaba abierta casi del todo: el ángulo entre el dintel y el umbral creaba unas sombras que [Es preciso hacerlo observar: simultáneamente aquel tiempo y la memoria en éste, mucho después, hoy, ahora, mañana. Not. 8/98.] dejaban ver gran parte de la sala de exposiciones. Una treintena de cuadros, viejos materiales, la disciplina de los viejos formatos, el óleo y el lienzo (¡o la tela de saco!), dispuestos calculadamente por diferentes sitios del suelo, se apoyaban contra la pared, justo en frente de los puntos ya señalados para colgarlos. La luz tan suave, de penumbra incipiente, subrayaba lo... crepuscular, ese presunto misterio que (ahora) orla a F.B. (...)
Las medidas de los cuadros: escrupulosas, Vermeer, Velázquez, Goya, el propio B. Medidas exactas, pues. Un soporte tradicional para la invocación, el desprecio o la pena por el drama contemporáneo. Vueltas del revés, las obras sólo mostraban las arpilleras vulgares con horrendos fragmentos de enormes números de color rojo. Los soportes eran ese basto tejido (¿de estopa?) industrial que él mismo había... confeccionado sobre los modestos bastidores... Pero el montaje resultaba casi perfecto, artesanal, desde luego.
Tales pinturas, tan sinceras, no precisan del marco: un simple listón pintado de blanco inmaculado. (Vicent van Gogh: "Fue Gauguin quien inventó el...") Una orla de sensatez, la de F.B.
E.B.: "¡Esa falsa pobreza...! En cualquier caso..."
Advertía mi sorpresa. Sorbió un poco de vino. Esbozó una sonrisa mala, la mirada de burla, o ya del aburrimiento de verme ensoñador y nostálgico.
Refirió que F.B. rehusaba dar explicaciones, como suelen hacer, con frecuencia, la mayor parte de los artistas.
Esa misión de monje aplicado... ¡Oh...!: "¿Prepararse él las telas?", exclamé de pronto falsamente impresionado. "Por supuesto", aseveró.
(Empezaría ahí la distorsión, esa práctica censuraba otros trabajos más cómodos de los artistas actuales. F.B. podía prescindir de... lo fácil, pero nunca renegaba (era pintor) de... una memoria altiva, la del pasado, o la tradición... Esas fidelidades artesanas explicaban su fe por alcanzar una... verdad (...) [¿Superior?] Bueno, buscaba una ortodoxia ¡liberadora!)
"Le han visto comprar los pigmentos... Llevarlos en grandes bolsas de papel amarillo a su estudio... ¿puede llamarse estudio a aquel... antro? Adquiría los listones en...” (Sentado en el suelo, con las piernas entrelazadas, la cabeza agachada: pacientemente moliendo en el almirez... bajo la luz que a duras penas atraviesa los cristales sucios de la ventana. ¿Acaso no pintaba él mismo las arpilleras de blanco, midiendo la capa adecuada del grosor, potenciando el grano sugeridor de la mejor textura, más densa de significantes...)
"¿Qué ocurrirá con estas pinturas dentro de unos años? No cabe duda de su inevitable deterioro...", dice.
Un lienzo de grietas, un pensamiento e imagen a medias, resecado (peor al engañarlo con el barniz, que es plumaje de brillo falso). [F.B., adelgazaba tan rápidamente, pronto quedaría exánime. Veamos: se acentuaban los pómulos, se hundían los ojos en unas cuencas en sombras, las encías podridas, amarillas y sangrantes, la escueta carne comprimiéndose, pegándose al hueso miserable, la boca ya era un agujero oscurito..., los negros medallones en el rostro.]
"Se va a descascarillar esa... pintura (¡así lo dijo la cruel y bella mercader!), la costra apelmazada se desprenderá..."
Miraba su rostro ovalado por el cerco del cabello... (Nunca iba a dejar de ser hermosa pero, entretanto, en mi ánimo, a instancias de esa inclemente remembranza de F.B.: experimento una confusa mezcla entre la pena, los remordimientos, el pesar y el sobresalto... Todo eso delante de una faz bella, de estremecedor equilibrio (ahogar ese cuerpo de placer, retorcer el gemido de su cuello sublime y moderno), la carne soberbia como álgebra mareante... No la de... Bacon, ni... ¡menos la otra! [8/98.])
Bien. "Es cierto, los colores se apagarán, mustios, dentro de... Es posible...", le dije ocultando la invencible irritación que empezaba a soportar.
"El resultado de todo esto... ¿no será una lamentable tentativa de nada?"
"Me sorprende que tú, precisamente, pienses que..."
"¿Sí?" (La sonrisa tan decidida.)
[F.B. era un individuo hacia adentro, pero libre de fantasías, muy pegado a la realidad, a la que seguramente detestaba, aunque... Esa tristeza dominadora que debilitaba su... intención. Not.: Cursó estudios en la Facultad de... ¡También algunos dioses -y hasta diablos- han podido salir de ahí...!]
E.B. (que ha ensombrecido la expresión): "Sospecho que existía una gran incoherencia, algo que no funcionaba bien a la hora de seleccionar los datos. Trabajó mucho, pero... ¿por qué desconfiaba sin remedio de la...? El resultado es ambiguo. Claro que sabía pintar, lograba pensar de ese modo... Por supuesto que sí. Los cambios en un artista, eso es lo preocupante, ¡y no debería serlo! Verdaderamente, el cambiar es lo que les aleja de la artesanía, ese decorativismo inútil... ¡pero tan efectivo...!"
No sé cómo (o sí): de pronto pensaba en las manchas del rostro, la piel macilenta, configuraban una especie de. (sic).
La última obra de F.B. inauguraba una nueva etapa. Suele decirse de esa manera. Culminada la inicial trayec... etc., el artista se enfrenta desde el acto y la reflexión al discurso esencial que ya postulaba la evolu... etc. Era una fase de creación dominada por el amor a la vida pero también por el desconcierto que le suponía la propia existencia, el arte, la facultad de recrearse en todo eso y desvelarse a sí mismo hasta lo más inconcebible o tenebroso, o lo más ruin... los sentimientos más difíciles. Bueno, el testimonio de algo oscuro, o muy oscuro.
El libro ése..., que diría J.: las pinturas contra la pared, unas antorchas, ahora apagadas, de luz y color vueltas a las sombras. La curiosidad era latente. ¿Por qué no verlas de una maldita vez? El buen arte de la experiencia, la técnica divertida, correcta y deficiente... Es fácil descubrir lo que el pintor, cualquiera de ellos, se ha propuesto al concluir la obra: proclama una pintura honda o temerosa, el simple ejercicio formal, una imagen, una metafísica, una plástica de rayones sin más, qué sé yo, y en F.B., sin duda, están esas llagas postreras de su vida, la enfermedad que le destruía encenagándole de líquidos y pus, el asalto de la locura a la poca razón... toda la angustia de afrontarse cada mañana al despertar... y acabar derrotado o concluso en los cuadros, delante de la ventana gris o llena de sol [abierta a una vida... más cruel.] Pero me repugnaba la sola idea de contemplarlos, comprobar que eran malos o innecesarios o de una enternecedora y cándida torpeza. ¿Supurarían los lienzos a través del color? Pequeñas corrientes de jugos y puses se deslizaban por la indecente verticalidad... espesas secreciones. En ese momento, muerto F.B., me esforzaba por creerle pintor de gran talento, un genio quizás o también un hombre... si fantasioso, de cabales designios y poseedor de un arte encomiable. No juzgar con severidad esos cuadros... Menos a él, al artista, al muerto podrido en vida, dejándose la piel...
Como sin ganas, en la ausencia de todo, con una rara inflexión en la voz (la noté otra, ajena, qué extraña), pregunté por los temas de los cuadros. (¿Sabía contar las cosas que veía? Esa narración, el deseo de expresarla a los demás, impúdicamente...) E.B. desconfía de la genialidad. No oculta su indiferencia hacia casi todo. En cuanto al dramatismo, o la tragedia... no es persona que se impresione fácilmente. "En verdad, la vida es un juego muy estúpido." [Pero su amor al dinero, ese lujo material que le rodea...: "Llevo razón, nada se salva finalmente. Por supuesto, ni tú ni yo..."] Su respuesta carecía... Bien, no recuerdo en absoluto desde que la conocí el menor signo de piedad en su conversación, puede que ternura, sí, pero en relación a... ni una muestra de... misericordia. Puede decirse de ese modo. Informó sin mirarme:
"¿Los cuadros...? Viñetas, grandes viñetas repletas de carne humana. Formalmente son como trallazos, la feroz expresión del miedo. Seres que se muestran desnudos, muy repelentes, todas esas imágenes convulsas... Aunque, es el color de la carne lívida, y también de un rosa pálido, lo que... Delatan una ceremonia de horrores, o espantos muy privados bajo relámpagos de una luz..., o como rayos..., sobrecogedora."
Señaló con la copa en la mano, hacia fuera de la puerta: "Míralos tú mismo."
Por un momento dudé.
Pero... me negué a hacerlo. Podía imaginarlos. Los veía. Tenía lástima de mí, no de él.
[9/4/98: Ese color de la carne, ahora lo sé, lo descubrí (o logré verlo por vez primera) un mediodía en un París envuelto en una bruma cenicienta, un día de otoño, andando por St-Jacques (miré antes el cieloblanco (sic), por encima del Luxembourg, sin hojas, inhóspito, que yo cruzaba cabizbajo, aún sin desayunarme). La carne, como la concreción de lo purulento, la costra de un rostro: inopinadamente el tipo salía de un portal con la jeringa en la mano, casi me atropella, ¡encima me recriminó!, la carne violenta, colérica, ni siquiera la encendía los ojos llenos de ira y fuego muerto, se marcharía ¡airado! ese pedazo de mierda blanquecina, un muerto a plazos... También, la cara de T.B., la carencia fatal que la decoloraba, tres años antes, París malo y lluvioso.]
E.B. luchaba por precisar. Decía que los cuerpos se entrelazaban como buscando amparo o consuelo en los montones de carne fría (?), abigarrados conjuntos en agonías desoladas (??). Más o menos, algo parecido, mucho más concisa, con el aire ausente, sin involucrarse. ("Son ventas, una mercancía.") Me era imposible obtener un reflejo de la esencialidad de ese absoluto que dejaban suponer sus palabras. Su lenguaje tan sospechoso... Una actitud totalmente indecorosa, ese distanciamiento... una obscenidad. "En el fondo, se trata sólo de figuras desmedidas, sin freno", explicó. Pensé que la materia putrefacta de los cuerpos abolía cualquier huella del alma: un artefacto nada sublime, corrupto del todo, perdido ya el miedo a la mayor de las perversidades. E.B. hurgaba más en aquel dato que en alguna otra inspiración menos doliente o fingida. F.B. [¡Recordar su mirada dulce, triste y negra, al cabo tan indefensa!] buscaría en la condena y el terror a la enfermedad una pregunta concreta que formulaba después en las masas desgarradas de aquellos seres descompuestos. Eso podía conjeturarse sin dificultad. En torno a esa degradación se organizaba y justificaba el inmundo amontonamiento que proyectaba el cuadro. Si abriéramos esas carnes en canal no encontraríamos ningún esqueleto: las sostiene su abyección, un fluido concentrado. "No veo conciencia (???) en esas pinturas, sólo descubro un espanto sin misterio", dijo. "Materia nada más."
Una especie de... Tiempo después he conocido a Z. en... (era un café de toldos azules y sillones metálicos blancos, de amables camareras con chaleco y pajarita, en Venecia (¡nada de san Marcos!), durante la Bienal de 199...) Z. fue pareja de F.B. durante largo tiempo. Me lo dio a conocer el escultor W., que acompañaba a D.G. desde V.: "Voy a presentarte...", etcétera. Ahora Z. había contraído también la misma enfermedad que F.B. No viviría demasiado tiempo: calcular esa muerte lenta, inexorable. Podía percibir el temor en sus pupilas contraídas y brillantes, en las manos suaves y limpias. Ese escultor..., en compañía de W. y D.G. ¿quién era?... Estaba allí también... J.M.V.LL. [Not. sobre Z.: acaba de morir, 2/99.]
Después, en V., D.G.:
"Rebuscaba humoradas... el tipo. O saboteaba su horror, y el mío, el de cualquiera en una época enferma..." [Liszt, correspondencia con Heine, abril de 1838. Pero sigue: ...y con ella todos nosotros. No, no la época, la enfermedad simplemente, eterna. La enfermedad desde el principio de los tiempos hasta el final de los tiempos. No existe la solución.]
E.B. confesó que F.B. la había hecho su albacea (se resignaba mal ante esa custodia obligada, exclamó en improperios que omito), como si el muerto pretendiera desde entonces su complicidad futura, una suerte de esclavitud post mortem: ella se movía entre el arte y su gente, algún crítico ingenioso y capaz, compradores compasivos, así que podría... A E.B. no le complació lo más mínimo la idea. No sabía de qué forma librarse de ese engorro. Mientras, se moría F.B. como burlándose, y sin embargo:
"Las palabras de..."
"¡Una tontería! Lo cierto es que le oí bromear acerca de... De eso. ¿Se puede vivir con la amenaza a cuestas? ¿De dónde salen las fuerzas... el coraje suficiente...? No merece la pena morirse... despacio, poco a poco. ¡Una tortura tan innecesaria!" [F.B.: "Sabrás lo que debes hacer, Brulard."]
"Su piel me recordaba... ¡qué ocurrencia!... a las pinturas de aquellos años cuando... Entonces los colores vivos parecían estar proscritos, y todo el mundo vestía de negro, muy serios, vigilantes de la solemnidad... Todo tenía que ser esencialmente importante, hasta la más desdichada y estéril exposición, el libro más huero, el más vacuo de los poemas, el film…”
(Aprovecho un instante que E.B. ha detenido la mirada sobre mí, unos ojos siempre tan ricos de ironía. Apuro la copa de un solo trago: una insinuación descarada. Volverá a llenarla otra vez de vino, ¡sé generosa!, no tardará en hacerlo.)
"Ese truco visual, ese artificio... ¿cómo se llama? Dalí abusa mucho de él en sus obras más detestables, las menos creíbles... Los perfiles escondidos..., las manchas al parecer tan inútiles. El retrato de... ¡Voltaire!..."
"¡Voltaire...! Otros..."
"Una especie de..."
"... anamorfismo..."
"¿Sí...?"
"En un sentido... Qué inversión del orden... Una tarde, aún bañada de luz, iba con... ¿J? Acabábamos de comer en S... Dimos un paseo hasta el lindero del bosque de pinos y encinas, muy lentamente, mirando en derredor el paraje cubierto de matorrales y arbustos... esa morfología tan rica de relieves y oquedades, de absurda vegetación, cada cosa por un lado... J. había estado silencioso durante minutos, muy pensativo. De repente, dijo: "Esas manchas, ¿sabes?... Veo en la naturaleza un contorno familiar, dibujan una especie de... Me recuerdan algo real..." Hizo una larga pausa...: "¡Ah, ya sé...! ¡Los dibujos de Rosarchs (sic)...! Esos caprichosos diseños..." [Rorschach. Aunque mejor conocer por el color y su proyección el sentimiento... verdadero: Düss. Expresar a través de la preferencia la sensación de paz, de libertad.] Tardé en reponerme de la sorpresa. ¿No es una perfecta transferencia...? Después de esto... ¡Bah!... Tamaño desaire... Que la naturaleza informe te lleve a... ¡una plantilla tan aleatoria de análisis psíquico! Pero ya éramos dos paseantes cabizbajos mientras se amarilleaba la tarde, rastreando divertidas referencias abstractas, y cada uno, tan juntos, a su manera. Una transposición bajo la añeja y cortante luz vespertina, densa, como de oro: me veo flanqueado por J., ¡descubriendo en las sombras alargadas de las piedras y las plantas, en los perfiles nítidos al aire, manchas de tinta semejantes a las de las hojas dobladas de R., negras y rojas, verdes y grises! Esa tarea estrafalaria nos llevó mucho tiempo... Demasiado...: "¡Eh...! Se hace de noche", exclamé. J. alzó la vista hacia mí y me miró extrañadísimo. De golpe, todo empezaba a azularse alrededor nuestro... Un estrépito tan interior, súbito."
E.B. me había escuchado con una pacífica curiosidad.
"Una forma de divertirse, supongo", dijo al cabo de unos instantes. "He conocido ocupaciones de tal calibre..." Asentí:
"Míralo de este modo: sólo existen las asociaciones, ¿comprendes? Todo entramado cultural del signo que fuere las necesita... el símil, o la comparación... ¿Te acuerdas de V.? Era brutal a través de su voz tan meliflua, engañosa. Su didáctica de chanzas... En una de sus clases, en B..., en aquel instituto cochambroso del suburbio, lleno de ratas y tuberías reventadas, con todos los muros pintarrajeados de figuras con sexos enormes, azules, amarillos, rojos, blancos, seres como peces desproporcionados, de bocas voraces: "... Bien, bien...", soltó, "Ya hemos puesto término a la lectura de ese tedioso librillo, conjunto canalla de topicazos... ¡Conque se hizo la luz en su cerebro, eh!... Como si se hubiera desprendido la venda de los ojos... ¡De ninguna manera...! Negaremos tajantemente los lugares comunes: ¡se arrancó los ojos, y fue como si se hubiera puesto una venda ante el cerebro...! Imaginad los reguerillos de sangre surcando la piel suave... y puede que joven..."
“¿V...? Luego está vivo, después de todo..."
“Los tipos como V. no se mueren nunca.”
“Es cierto... ¡Sólo desaparecen...!”
“Ahora también da clases de plástica en B..., pero ya no en aquel instituto tan divertido, con los cristales de las ventanas rotos y las aulas sin puertas...”
"... Recuerdo que alguien me contó algo parecido a eso. Era un montón de anécdotas ese cínico. Pero creo que terminaba siempre bebido… La poética de la ebriedad perpetua, imbéciles, espetaba a los demudados bachilleres…”

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