jueves, 25 de febrero de 2010

Artistas (9)

Días antes de desaparecer (no creo que haya muerto) X..., que escribía poemas de una línea, sólo endecasílabos ¡sin ningún adjetivo!, propuso hallar la respuesta [Añad. en este punto que se apresuraría él, sin duda, a recalcar: "¡Y toda respuesta debe ser una solución...!" X. y su total timidez..., sentía nostalgia del... ¡futuro!] a determinadas preguntas. La melancolía fue invadiendo a los más atrevidos que aventuraban una contestación...¡ociosa!
Eran preguntas simples. ¿Cuál es el ámbito de la creación?...
[L., el escultor, definía solamente modos de apropiación: una forma muda etc. Otros... ¡qué sé yo!]
¿Por qué el arte... si ya no es un rito?
El arte como comercio de hombres, o cobardía, o coartada.
B., por ejemplo, se inmolaría. Bien. Ni una palabra: cada paso que hundía en el futuro engrandecía su alma pacífica y buena. En perfecto silencio. [Academia]
En fin, L., D.G., J., ¡hasta R., el falsificador de emociones!, convenían que la intimidad es un arte. Sólo cuenta lo privado, ese gran espectáculo de ti mismo. Es la medida exacta. Y se puede crear con la sola mirada, definiendo los límites justos. En cuanto a la vanidad... la soberbia: un arte menor disimulado de manías.
La mística moderna justificará más tarde o más temprano la piedad por venir. T.B.: "Querrás matar a M., podrido aunque esclavo todavía."
Ese arte tan distinto...; en efecto, querré ser genio o maldito, no saber de qué materia son los remordimientos... que nacen de aquello que hago con inocente desfachatez y arbitrio soberano, pues está la muerte, que siempre, incluso antes que su hedor, llega pronto a pesar de todo, tan malvada [no, sólo incomprensible] a veces.
En mi correspondencia con el mundo la propia sinceridad sería el correlato incuestionable. Ese comportamiento toleraba cualquier clase de arte y libraba del encanallado prejuicio.
X. [asintió]: donde mejor se instala uno es en la conciencia. (Pero ¡cuántos años de esa conversación!: todavía cierta candidez, el viento frío que rugía por las estrechas calles del barrio de C., algún sábado negro de invierno, quizá lluvioso, enardecidos por el vino barato, y las dos o tres ambiciones desmesuradas. En fin.)
Mi avatar entreteje el paisaje único que he de contemplar a la postre. Lo anima... [Observo desde la ventana, hoy, a la caída de la tarde, un glorioso cielo de tonos morados, rosas, magníficos claros y tenues transparencias de rubí... V., 16.4.2004.]
La muerte de M., en lo concerniente a B., sancionaba una parte de su pasado (el aspecto más equivocado de ese fardo inútil, a pesar de que él simulara un gesto incrédulo), estéril y esperanzador al mismo tiempo. Esto último no dejaba de ser chocante, y parecía admirarle mucho en los postreros años de nuestra amistad. Más de una vez oculté una sonrisa al advertir su profunda sorpresa por una circunstancia que no dudaba en calificar de paradójica. "Lo que me ha faltado verdaderamente ha sido el entusiasmo..., esa, digamos, afección inocente que desarticulara la dichosa dualidad [frustración y esperanza]... tan engañosa", concluía diciendo B. muy pensativo. [Sé que fingía al aparentar ese... esa perplejidad.] Se libró por fin de la contradicción ridícula... sin ser él ambiguo. Huyó. Más liso que un guante. Y punto. Así que eso refrendaba un nuevo programa; él sería oscuro (casi con toda probabilidad lo era desde que nació): "Y, bien, nuestro siglo está aturdido seguramente desde muchos siglos antes." [J.P., creo... Desde luego, no... G., ni yo mismo, claro. Debió, entonces, ser aquél quien sentenció en el transcurso de alguna de sus borracheras el vicio original de la época frente a un atónito Brell.]
Pero sobre todo B. fue uno de los justos que he conocido. Tuvo la cultura suficiente para serlo. Su acción revalidaba el más honorable altruismo: el único.
Yo lo sabía, aunque eso no bastaba para desprender de mí, como la costra endurecida y agrietada de una llaga antigua, las exigencias de una moral ecuménica y rígida a través de la cual me empeñaba por encontrar el verdadero sentido a todo lo existente. No ignoraba que durante mucho tiempo yo iba a ser de la naturaleza residual de lo superfluo (y de ese modo he llegado hasta aquí... ¡indemne!), un apéndice estrambótico (yo sabía de mi desgana, pero también que todas las naves tras de mí estaban quemadas) de la decadencia secular que ya caracterizaba las últimas décadas y la liviandad de sus propuestas.
Si nada había detrás... Ahora sería preciso renunciar a los mejores logros con tal de salvarse del desaliento, lejos del espanto. Por lo demás... Envidiaba a los personajes de novela, a los entes de cualquier ficción: ser algo parecido a eso (B. lo fue siendo real), cerrar las páginas de golpe, y muerto; abrir el libro, ¡hélas! resucitado... Una vida mezclada, de constante tránsfuga...: era como leer un libro al aire libre, sintiendo la brisa y el calor del sol sobre la piel... bien sumergido en avatares no tan extraordinarios, ser el libro.
M. era real, Brell era real, no brotaban de un lienzo emborronado de pintura ni de una imaginación pedestre. Eso los afeaba o los enaltecía, los hacía creíbles u olvidables, pero la mayoría de sus actos obedecían a una ley fantástica y encriptada (por lo que de singular había en ellos), del más puro nervio. No tenían que urdir estratagemas para alcanzar la pasión o la mística.
(Aun en el arte más inocente y salvaje, conmovedoramente ingenuo, se esconde el sacrificio, el acatamiento. [M., sin él saberlo, me dejó abatido en un sentimiento de dolorosa pesadumbre: "Serás tenaz", me dijo, "¡Pero eso no certifica nada de nada!"])
Y, al cabo...
¡Qué peregrino itinerario! La andanza, llena de peligros y sobresaltos, de caídas y alarmas, adopta al final visos de nadería. El amargo desvelo que produce esa convicción es hasta violento. Renunciar a las mejores obras...: ¡Vamos, me digo, eso es una suerte de salvación!
Me quedaba quieto ante la viscosa luz azul del ordenador, escribiendo con la televisión encendida, de día, de buena mañana, bajadas las persianas de lamas..., desoía las voces de fuera, un claror... Las palabras se encendían de blanco en la pantalla.

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