sábado, 20 de febrero de 2010

Artistas (8)

El amigo Schob., cínico y festivo, pondera las exaltadas inspiraciones de S.; respecto al Winterr..., cantado por el mismo F.S., manifiesta sus dudas. Es igual. Sabe uno muy bien con quien habla: con la muerte; aunque, malhadado, no la espere tan pronto. La tonalidad menor del Winterr. parece el susurro de un huraño reproche: no haber soñado tanto...
Queda la vida como un enorme cuadro gris, una pintura sin emoción llena de silencios ominosos y poblada hasta en sus más recónditas esquinas de una marchita luz.
[El acuciante deseo de ver la realidad la disfraza. Las sombras y las provisorias figuras que proyecta la impaciencia sobre ella terminan burlándola. La intención ofusca... Persigue uno finalmente una entelequia, una ingeniosa bagatela... V.G.: no elude violentar la realidad, la impresión verdadera, intensísimos colores... Sólo he visto un momento en la tierra y el cielo sin color, en L. Creo que estaba con J., y D.G.: caía la tarde plácida y gris en un crepúsculo tristísimo. J., en la parte de atrás de la casa, en medio del jardín pequeño y descuidado, profuso de hierbas desvaídas, quemaba documentos y papeles, toda una parte de la memoria del exilio. Ardía la delación, el mensaje, la carta y la confesión. J. atizaba la llamarada pacífica que ascendía al cielo blanco. Me entró un helor de metal que me crispó la espalda... Ya en el coche, escapamos por una carretera que se ensanchaba más y más bajo los pinos (siluetas).]
Aquellas reflexiones... Franciscanismos que había de evitar: "Paseaba solo entre los muros verdinegros de la ciudad medieval de góticas esquinas y penumbras, taciturno..." Mentiroso: estaba deseando llegar al apartamento, correr las cortinas de las ventanas, hurtarme del mundo, encender el televisor y bajar al máximo el volumen, poner en marcha el ordenador, no pulsar una sola tecla..., escoger el disco: escuchar algo muy alegre de la Escuela de Mannheim... Llueve muy suavemente afuera. Una lluvia...
Recrear la realidad es una pretensión que no admite la tibieza. El plagio, siempre, es obsceno: ¡A ver, esos colores como fuegos...! Mejor desmentirla... (Figurarla de otro modo. R.: "No interesarse jamás por un arte que refleja fielmente lo que ya le rodea, que se autolimita por la verdad de la apariencia... ¡esa artesanía!")
Había que negar una forma necia por inteligible de la realidad. Tal presunción anticipaba el suceso bronco, la heterodoxia. Pensaba en V.G., en... Hasta en Picasso, naturalmente. Después: literatura, poemas en aras del objeto. [El sonido, que no es nada... que desaparece... ¡la música sólo, una función sin significados...! J.: "Pero existe la asociación..." En efecto...]
Sin embargo, era púdico. Me dominaba la tibieza.
Característico de una inteligencia menor es observar la prudencia en todo. Rehusaba formularme preguntas verdaderamente desafiantes, que de verdad me lanzaran contra las cuerdas. "Las cosas que son sin artificio atestiguan más su esencia", me repetía alejándome de una encerrona epistemológica. Era escéptico ante la rareza. Admitía una conciencia a medias. Me asustaba la gente como Van Gogh (entra por la puerta desmanotado y gritón, o taciturno y mudo, amenazador, te busca entre los demás parroquianos con la mirada roja, crispado, alzando el puño, maloliente y mal vestido, pobre, rematadamente pobre...).
Un scherzo mitigaba el relieve dramático de cierta belleza en las cosas: basta la seriedad de la idea. (Sch.)
[Pero D.G. reprochaba esa torpe afición de mi contrapunto...: "Ya va tropezando ese estilo entrecortado... ¡Ha de caer!" 1/99.]
[Brell extasiado ante las hogueras de enero, encendido el rostro por la lenguas rojas y ardientes que flamean al aire frío de Montes... (Piensa B. en el fuego del solsticio de junio...), al cielo negro helado de estrellas blancas..., y las manos asidas fuertemente a otras manos en aquel lugar lejano de la tierra... Danzan en círculo sin que el terror atribule el alma... c. 17.1.1989.]

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