viernes, 12 de febrero de 2010

El sol (8)

[(1.) 3/1986. En Viena ha visto Brell el retrato del hombre desastrado. V.v.G. en París, 1886-87. Un tipo exaltado y locuaz. Decían de él: "No llegará muy lejos..." Y el mismo Theo van Gogh: "Tiene un talento normal como pintor, pero no más..." Brell me aseguró que vio ese pequeño retrato de verdadera casualidad. Alguien mencionó las dos obras del holandés en la Galería... "¿En el Kunsthistorisches...?" "En el Stallburg, un edificio anexo... No hay que andar demasiado, queda al lado, muy cerca." Ese autorretrato sí es de otro hombre. Es hosco y terrible. Encara tragedias, humillaciones que no parecen tener fin. B. se dice, sin la menor compasión: "Este hombre es un trasto... está perdido." En Praga, ha de rectificar. Mirará largamente... etcétera. Y, luego, ya llegará aquél a Arlés, a Montes éste.]
[(2.) 5/1999.: Existe una fotografía del 86 de Emile Bernard y Van Gogh, de la época del autorretrato vienés. Se ven sentados junto al Sena, al aire libre, en Asnières. V.v.G., tocado con un sombrero de fieltro, está de espaldas, en una silla baja de enea sin respaldo, frente a E.B., que le mira con los ojos hundidos en una cara pálida y enjuta. Ambos tienen los brazos apoyados en la mesa redonda. Los cuerpos ocultan alguna botella de ajenjo, los vasos. Hablan.]
(...)
"Nunca volvería [Vincent van Gogh] a ver el mar, pero alguna vez alcanzó a sentir el aire y el calor del sur, pues más abajo, en el fin del mundo, tan lejos de la bruma del norte como jamás llegaría a pensar, existían unas ciudades y unas gentes que eran hijos del sol y del cálido Mediterráneo, el más amado de los mares por el tiempo del arte."
Respiró casi con voracidad las bruscas ráfagas del aire aún negro. "Más adelante", pensó Brell a salvo de toda urgencia, refugiado en la calma del amanecer, "con el sol amarillo y resplandeciente en lo alto, el calor seco, despiadado, se desplomará sobre las calles desiertas del pueblo y los caminos del monte."
Presentía la ventolera de poniente. Se levantaba viento. La luz agrisada comenzaba a teñir de transparencias un cielo que ya despertaba al día.
Al final del callejón, en la plaza del pueblo, todavía bajo la luz eléctrica, el aire revuelto arremolinaba pedazos de papel, restos indefinibles de cualquier cosa.
Estarse callado, en la quietud, ante el vaso de agua. El libro... el que sea. Alguna mirada afuera, cuando crujan las piedras bajo el aire de fuego y la tierra se abra en una vasta grieta. Piensa que, incluso de noche, el maridaje del viento y el silencio tienen algo de sobrecogedor. [B., leyó (y no sé muy bien cómo) este fragmento. Dijo: "Promovían la congoja, me retornaban a pesares que creía olvidados..."]
Se alejó del balcón.
¿Esperaría a alguien? [V.v.G. aguardaba impaciente en su retiro monacal la compañía de G., maestro jocundo y tan excitable como él. Vino éste: iban a mostrarse recíprocamente toda la dureza de sus genios solitarios. Ambos se rendirían frente la desesperante realidad: ninguno de ellos podían ser modelo del otro.] No, B. iba a estar solo, con su fracaso decisivo a cuestas.
La creciente claridad disipaba la penumbra de adentro... ¿Qué día es hoy? ¿5 de julio? ¿27 de julio? ¿Tal vez 29 de julio..., ¡terrible fecha!? Martes, miércoles, viernes. Y hace cien años: jueves, viernes, domingo... ¿Y en l998...? Domingo fue (día del señor). [Anotar: Capítulo El sol.], miércoles, martes...
Tantos amaneceres... que uno ha visto: pero éste sin amor ni dolor, sin miedo ni sexo, tranquila la conciencia, no nace de las sombras la forma de T.B., dormida sobre el lecho, y afuera, mas allá del hueco de la ventana, viendo yo la grisura: que si llueve, que si no llueve, el runrún de la ciudad que como una bestia grande se despereza bajo el cielo inhóspito y frío...
[Indefectiblemente: gira el recuerdo hacia atrás, hacia delante, y es porque está el amanecer, el cuerpo entumecido, el color de las cosas, y, mira, la referencia. 15.05.98: ¡Cerca de diez años ya! La mujer de piedra, el vacío, la exposición de L.]
Sobre una silla de enea se amontonan decenas de fotografías y reproducciones de cuadros. Otras sillas sostienen rimeros de libros; también se apilan libros en el suelo. Había libros por todas partes de la pequeña habitación. Los hay en una mesa camilla desprovista de tarima, al costado del balcón. Encima del tapete verde, casi escondida por más libros, hay una máquina de escribir con las teclas blancas. Una portátil roja, una de ésas... [Poco ruido hacen al golpear los tipos el rodillo imprimiendo el papel, lo aplastan sobre la goma -ya dura, va a resquebrajarse-..., etc.]
Volvió a encender la luz eléctrica. El artificio (o la afectación) se reanuda contra la naturaleza. Cogió una de las fotografías. La observó con atención durante unos instantes. La calidad del registro que captó el ojo de la cámara [B.W.: trató de facilitarme la comprensión de una gran cantidad de detalles técnicos. Me hablaba de objetivos y enfoques, de tiempos de exposición, la precisión de una lente ¿azul?..., Para qué insistir, me resistía ante esas aficiones manuales de fría tecniquería: la selección tricroma... Bien. Flor amarilla: extinción total de azules...] delataba hasta el más mínimo detalle, la impaciencia de la creación, el dolor y la prisa. Prefería estudiar el trazo del pincel o el mismo surco producido por el mango ensuciado de los grumos de la paleta, el recorrido febril de la espátula o de los dedos, ese grueso y basto pulgar que retuerce la pasta grasa del color fresco, luciente y embriagador. Sólo esa sobada reproducción descubría la fidelidad del matiz y la tensión del pintor exultante. En el plano, los colores planos, el derroche del empaste, generosamente expandido... B. tiene una lupa grande, de regular aumento, pero de un excelente cristal nítido, prodigioso (¿qué no verá la calidad del grueso papel, la minúscula retícula, el gránulo despreciable, la fina hechura del cuché...?). Ve el vigor de un rasgo suelto, inspirado y rápido, alla prima, la raya ancha, pastosa, estricta, los ríos de lava que arden (sic). Germina en el artista tanta ansiedad... (¿No le distrae la mágica imprenta, la cuatricromía sofisticada, elevada hasta el rango de la más sublime mentira?) Todo lo ve a solas, y va callando su sorpresa, su pena por ese hombre mantenido, pobre, artista y suicida, cortador de telas, fabricante de colores, ayunador, borracho al anochecer.
Ha colgado en la pared unas láminas llenas de amarillo; alguna otra azul y violeta, una bella rosa de Provenza. El Trigo amarillo (con los cipreses de Saint-Rémy, 1889.) [Curiosa componenda del Trigo verde, versiones espurias e inconfesas de otros deslumbramientos. B., en Praga, se extasiaba frente al azul más bello, etc. ¡Estos paisajistas! (Cézanne y el monte Sainte-Victoire, decenas de veces, como si fuese un rostro cambiante, rindiéndose al tozudo ritual, y Monet, ya en el puro reflejo, la tierra insustancial que riela sobre la superficie del agua...., acaso Turner, que prolonga un atardecer al que no alcanza la noche).

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