domingo, 7 de febrero de 2010

Literaturas (XX)-3

Giusepe Tomasi di Lampedusa escribe sobre Stendhal.
Samuel Becket lo hace sobre Marcel Proust.
Aún chocando con la opinión más celebrada entre los estudiosos de la novelería del XIX, podemos declarar tranquilamente que es con Stendhal más que con Flaubert cuando la novela francesa adquiere todos los rasgos de su modernidad. El desaliño stendhaliano anticipa la desenvoltura posterior de la narración, el monólogo interior, la arbitrariedad en los saltos de acción, y hasta lo reflexivo aparece y desaparece en el discurso de la acción a conveniencia, y a veces hasta sin venir a cuento; en suma, se proyecta a una creatividad libre de marras y hasta de reglas: una originalidad manifiesta. Flaubert propende a la palabra justa, como es sabido. A la medida justa en todos los elementos novelescos. Ello ya condiciona mecánicamente, con excelencia, el curso de los acontecimientos en un plano técnico, y también en el del realismo de su propuesta de ficción. Todo está calculado, todo es verosímil. Le mot juste.
Lampedusa lejos de prolongar un tipo de novela memoralista y rancia (así lo creyeron en las editoriales Mondadori y Einaudi, que rechazaron el manuscrito), corona una obra maestra donde el tiempo, que no lo estetizante de un linaje venido a menos, es el verdadero óxido que corroe finalmente a sus personajes fronterizos y claudicantes. El Gatopardo se publicaría finalmente merced a los buenos oficios de otro escritor, Bassani. Después de Lampedusa (y de Lorenzo Villalonga, y puede que hasta el Bomarzo de Mújica Laínez y Los Buddenbrook, de Mann –otra crónica de la decadencia-) este tipo de literatura no deja de revelarse artificioso. El aristócrata siciliano parece concluir algo, restar la solidez de antaño a la exposición de una saga en clave literaria melancólica e incluso romántica, imprimida de nostalgia, de pacífica desesperanza. Lampedusa se goza con la ocurrencia stendhaliana, su escritura desnuda de adjetivos, su penetración psicológica, sus novelas y relatos casi a vuela pluma. Lampedusa entrevé al magnífico iniciador que es Stendhal, porque se reconoce a sí mismo como periclitado por las convulsiones sociales, políticas y literarias de una nueva época. El Gatopardo levanta acta de un mundo desaparecido (aunque no demasiado diferente en el fondo al que le tocó vivir al escritor), testifica los recambios avecinados.
Beckett escribe sobre Proust: el francés, con su larga novela inacabada, quizás aún sin estructurar cuando muere, finiquita toda una manera de hacer novelas que se perpetuaba desde Cervantes. La Recherche no es ni más ni menos que el último capítulo de una ficción que apela desde entonces a planteamientos novedosos y a un ruptura con el pasado. Sería, a partir de entonces, el momento de otras memorables creaciones y exploraciones literarias (una lista que podría encabezar Ulysses y seguir con Bajo el volcán, El ruido y la furia, Viaje al fin de la noche, Gran Sertón-Veredas). El propio Gide (que rechazó, en una primera instancia, como asesor de Gallimard la publicación de la obra de Proust) ya escapa del pasado (Los monederos falsos) y atiende a formulaciones narrativas más proclives a la invención de nuevos postulados que a la insistencia en los antiguos. Después de Beckett lo sensato sería el silencio. Como no se debe decir lo que no se puede decir lo mejor es callarse. Hay muchos puntos de afinidad entre Beckett y Wittgenstein. Tras El innombrable lo que le queda a la literatura es el balbuceo; cuando del escenario desaparecen Vladimiro y Estragón, quizás reencarnados (y uno de ellos escondido en un contenedor de basura) en Hamm y Clov, el silencio se hace atronador, el vacío angustioso. Debería haber sido el final, pero no lo fue. Ni siquiera para el propio Samuel Beckett que continuó escribiendo aunque sólo fuera para sentirse vivo, percibiendo el sonido de la palabra y no su significado posiblemente.
Stendhal, Proust, Lampedusa, Beckett… escritores que inician y culminan, se entrecruzan, imbricados todos ellos en la tela de araña de una literatura demoledora… o constructiva; Gide, Bassani, escritores decisivos en lo concerniente a la herencia novelística…
Principios, mediaciones, finales, analogías… Literaturas, al cabo.

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