miércoles, 10 de febrero de 2010

Poéticas - A-M.G.B. (11)




Tal vez lo funcional requiera el diseño precisamente a causa de esa razón: su funcionalidad. Lo que se usa como objeto doméstico, mobiliario o como prenda de vestir o de adorno revela un ethos o, en el peor de los casos, nos denomina, nos disfraza mal, o deja a medias nuestras pretensiones intelectuales y estéticas, lo que creemos ser, en definitiva. La apariencia de lo cotidiano, del utensilio común, exige en quien lo detenta o lo posee el revestimiento de lo original, lo llamativo, o de lo simplemente distinto de acuerdo con un mayor o menor grado cultural. El mueble renueva su geometría constantemente, la arquitectura apela cada vez más a la forma que al ordenamiento del espacio, la joya, tan deslumbrante como siempre, modifica sucesivamente su morfología en manos del joyero, de aquel ancestral sacador de fuego. El diseño se aleja de la moda (ni más ni menos que un tic del consumo, un rebrote espasmódico de lo social tan esplendente como efímero) en cuanto su grado de prescripción y categorización objetual, y se halla tan próximo al (vamos a decirlo de ese modo) “arte mayor” por su correspondencia con otras disciplinas –escultura, pintura- como por la prioridad inicial de su concepción: la ambición del diseñador en un primer momento es puramente estética, el logro de una forma, concepto u objeto que revista caracteres de creatividad sin más, algo que inmediatamente secunda la funcionalidad. Su subordinación a lo utilitario (o como en este caso, al adorno) deprecia chocantemente su entidad. Es la paradoja de su arte.

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