jueves, 11 de febrero de 2010

El visitante

Otra tarde me sorprendió adornando una vasija de cerámica con recortes de papel pintados en tonos intensos, azules, amarillos, rojos, a manera de un ramo de flores.
Y una mañana buscó por la casa libros españoles.
Durante horas leyó poesía de Guillén y Aleixandre (... luz o espada mortal...), de Salinas y Juan Ramón, sentada con las piernas cruzadas sobre la moqueta, con el libro en el regazo y la cabeza inclinada, como orando.
Me fastidiaba ese arrobo... sentido y crucial.
("¿Te he dicho ya que he estado hablando durante horas con El Gran Hem, con Hemingway "
"¡Bah!"
"Era una mañana lluviosa, de luz muy débil. El tipo se toma un café con leche... ¡y a renglón seguido una maldita copa de ron Saint James!")
Me ayudaba en la traducción: decenas de folios yacían por el suelo, mecanografiados o notas manuscritas, una estrofa a medias, el verso detenido...:
Echaba una ojeada a mi trabajo:
"Son los símbolos favoritos del poeta, tan evidentes y tan deliberadamente expuestos por él... ¿No pueden inducir a engaño..."
Había que tratar el lenguaje sólo como si fuese una música, sin entendimiento, sin ninguna apelación rastrera, le decía yo, precavidamente.
Sentada a espaldas de la luz dejaba por un instante el libro a un lado, sus palabras me llegaban como las voces misteriosas de una sombra.
"Ilustrar solamente la parte más bella del pensamiento...", decía.
Yo ocultaba mi desesperación, porque la verdad y la música se me escapaban en la búsqueda de las palabras exactas. (Al final, decidí traducir tan sólo las visiones y los sueños del poeta, no su técnica moderna y organizada, tan interior.)
El lenguaje me servía sólo para hallar la forma de aquella expresión, y, sin embargo, sé que incurría en livianas analogías.
La réplica de ella no ocultaba malicia alguna. No era sabia en esa materia.
"El poeta se ha convertido en un médium de la poesía, ¿está en él...? Ahora ya es el lenguaje la música auténtica, lo que emociona por entero."
Me venía a la mente la cita de Platón que el mismo poeta utiliza en las estrofas finales del poema. En parte, la alusión en tan fantástico ditirambo abonaba las razones de T.B.
Conversábamos, y la esperanza volvía a mí... Otra T.B.
Pero, no... Sé que no era la belleza lo que la atraía ya. Quería ganar tiempo. Nunca he comprendido por qué. Mis trabajos era difícil que pudieran cautivarla: los sabía de pequeña entidad o innecesarios. En ella, a estas alturas, todo era como impuro, o muerto. Me daba cuenta que estaba derrotada, su interés era un acto reflejo, los postreros destellos de una inercia ya a punto de desfallecer. Tenía los ojos blancos, el cuello como una caña amarilla y vieja, las manos cansadas y desnudas, el aliento insano y el corazón en el infierno. Iba directamente a la nada, y no iba a volver. La apatía no era sino una amplia conciencia del vacío y la inutilidad del esfuerzo. Había descubierto la absoluta inexistencia del dios y del diablo, el engaño del tiempo. (Creerlo en el futuro sin ella...)
Pero... hablábamos de Crane. O Aleixandre. [Empezó a leer el libro de Guillén... Que no... (Not. 30/03/99).]
Verla [ahora, desde este tiempo imposible de ahora] grande y caída para siempre. Un mar, una luna.

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