miércoles, 10 de febrero de 2010

El sol (7)

"¿Van Gogh...? Un redentor, sin duda. Demasiado generoso, y el futuro no le libró de injustos menoscabos", había escrito meses atrás. (Su énfasis no era un engaño: Brell sabía perfectamente que aquel antiguo y solitario artista iba a sufrir mistificaciones sin cesar.)
Beber (lo anota Brell en algún sitio): una ocupación sensata, callada y pobre. "Mucho lo hacía V.G. Un vino de garrafa, anónimo y áspero que desgarra la carne blanda de la garganta sucia de polvo. Descansar de ese modo, ahora que no hay sol... y luego, dormir, tumbarse confiado en la cama pues hasta el amanecer no irrumpen las pesadillas."
Santo bebedor; cuando loco, legumbres, el delirio.
Van Gogh convoca una unánime complicidad: "Vamos a utilizarlo como paradigma", previene el profesor. Los alumnos apartan la vista del lienzo en el caballete, ¡¡dejan de pintar!! (locos...), escuchan, piensan... [5/1997, por H.B.: "Son estudios culturales lo que ha terminado suplantando las humanidades, que poco tienen que ver con la literatura..."]
Van Gogh abre los ojos a una existencia imprevista pero tan real como el aire, plasma lo que no se ve: le creemos. Nos deja en evidencia.
Claudicó Brell. Su inteligencia, hasta ahora, siempre le ha mantenido lejos de un ocio estéril. ¿Va a seguir colmando folios? Podría hacerlo (desembarazarse luego de ellos con absoluta indiferencia), escribir sobre un dios que se aburre y martiriza a un pintor más pobre que las ratas, histérico, que está muy solo; escribir sobre una cierta disciplina instigada por el diablo; analizar el penoso estambre psíquico de ese maldito loco pintamonas, escribir impudicias... ¡Bonita ocupación!
Ha visto el error inicial. Escribir sobre Vicent van Gogh es un simulacro. O todo, o nada. ¿Empezar de nuevo? No. Deja pasar el tiempo mano sobre mano, desolado ante el enorme desierto que avanza sobre él desde los años futuros.
Pero ha de vivir cada día más limpio, sin extrañeza y en la sorpresa de lo que ven sus ojos. Ese otro hombre que al igual que todos lleva dentro no se resigna a la inmolación.
(Aguarda su gran paisaje: el cielo y el aire azul frío, abajo las sierras calvas, más abajo los árboles, las matas verdes cenicientas, y más abajo aún la piedra blanca y dura, el camino amarillo, el polvo.)

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