lunes, 22 de febrero de 2010

JOSE GRAU, dibujante - 1914-1998 (6)


Todos los personajes se hallan encerrados en las viñetas. La invención los acota, su creación los inmoviliza en un recuadro gráfico que renueva su nombre y concluye siendo afortunado heredero del estatismo pictográfico de antaño. No pueden salir de ahí. Ni siquiera en la acción se mueven. Estáticos, detenidos y anestesiados, paralizados en el tiempo y el espacio. El objeto lanzado al aire se congela en un instante de duración cósmica. La lluvia se petrifica. El ave está en el cielo, no vuela. Ni los brazos ni las piernas se mueven. Las bocas abiertas se eternizan en la imagen, no vuelven a cerrarlas; hablan, pero tenemos que leerlos. Si se besan, literalmente se funden en un beso hasta la eternidad. Si matan, continúan matando hasta el fin de los tiempos. El que dispara, dispara una y otra vez; el que muere perdura en una agonía inacabable. El joven nunca deja de serlo. El viejo demora su final como si tal cosa. El que es niño, lo es para toda la vida.
Es una narrativa iconográfica que avala su extravagancia en fuentes muy antiguas, y su efectividad ha quedado contrastada desde siempre: los papiros egipcios, les images d’Épinal, las aucas, las aleluyas… Sólo la secuencia de las imágenes los hace verosímiles transportándolos de viñeta en viñeta, sólo la plumilla y el pincel del dibujante, trazando su contorno, el perfil de sus rasgos y la línea de sus manos, los adensa de realidad… y mentira a la vez. Todo resulta ser una percepción óptica acompañada del lenguaje verbal tan burlona como capaz.

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